El 25 de septiembre hice en este espacio un llamado de alerta al gobierno ecuatoriano de las graves consecuencias de dejar a Assange lanzar su famosa “Sorpresa de Octubre”. La amenaza estaba clarísima: en un juego de ajedrez mundial entre Estados Unidos y Rusia, donde Assange ha hecho el papel de alfil, Ecuador sería arrastrado como cómplice ó, peor aún, de tonto útil. Nuestra soberanía estaba en juego. Assange estaba priorizando sus intereses, o peor aún, los de Rusia a los nuestros.
Y aunque el Ecuador decidió hacerse a un lado a ultimísimo momento quitándole el internet al asilado político, es importante entender porqué.
Assange desató una guerra cibernética contra Hillary Clinton todo este año. Por meses, no estuvo claro si Assange actuaba solo ó, si había alguna conexión entre él y la campaña de Trump. Pero después del pirateo de correos al Partido Demócrata el 17 de julio, la Comunidad de Inteligencia de EE.UU. (UCIS) compuesta por 17 agencias federales rastreó el origen del hackeo hasta las altas esferas del gobierno ruso, no de la embajada del Ecuador en Londres. La situación se aceleró el 27 de septiembre, cuando un cercano colaborador de Trump prometió que el 5 de octubre, Wikileaks terminaría con la campaña de Hillary. En efecto, a las 17h47 de ese día se anunció el lanzamiento de nuevos archivos de Clinton vía Guccifer 2.0. La fecha y hora son importantes. El vendaval de emails empezó a lanzarse sin parar desde el 7 de octubre, sin que el Ecuador se inmutara. Pero como generalmente sucede, alguien comete algún error. El 5 de octubre en la mañana, la agencia rusa Sputnik había publicado un correo del amigo de Hillary, Sydney Blumenthal, al jefe de campaña John Podestá, en el que reconocía la responsabilidad de Clinton en Benghazi (gravísima aserción). Ese mismo día, a las 18h30, Trump leyó ese correo ante una multitud en Pennsylvania. Es decir, Trump usó algo que sólo había sido publicado (en esa forma) por una agencia rusa afín a Putin, con apenas unas horas de diferencia en su publicación. Pasaron varios días hasta que el 10 de octubre, el corresponsal de Newsweek, Kurt Eichenwald, descubrió algo más. El email había sido adulterado pues habían puesto en palabras de Blumenthal el extracto de un artículo suyo de un año atrás sobre Benghazi. Este incidente pasó desapercibido, pero dejaba claro que había coordinación y que los rusos habían tenido acceso y trabajado los documentos mucho antes de su lanzamiento. UCIS empezó a circular una posibilidad de una retaliación informática.
Seguramente, el Ecuador recibió al más alto nivel alguna notificación de que la triangulación con Rusia estaba clara. Ya sólo tenía dos opciones: la neutralidad o ser parte del esquema. Al final Ecuador no tuvo otra alternativa que hacer lo correcto. Pero nuestra credibilidad e inteligencia quedaron seriamente maltrechas.
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