Hay gente cuyos horóscopos dicen: “El mundo de las emociones puede resultar enigmático”. El mío debería decir: “El mundo de WhatsApp puede resultar enigmático”.En serio, trato de saber cómo debo comunicarme por ese medio y siempre fracaso. O muy amistosa/cursi, o muy formal, o muy ansiosa, o muy maleducada… Esa es una parte de la preocupación; la otra bien pudiera acomodarse a la frase de Sartre: El infierno son los otros. ¡¿Por qué diablos no contestan?! O contestan como contestan.
La única certeza al respecto de la aplicación de marras es que me ha enseñado un par de cosas; creo que inservibles. Conocimiento desechable y, sin embargo, indispensable para sobrevivir en el mundo 2.0.
Una de las primeras cosas que tuve que desaprender fue a escribir. Escribo con la ortografía debida; y apenas aterricé en WhatsApp me di cuenta de que era vergonzoso, que no debía escribir palabras completas ni usar signos de puntuación. Y como me importa el qué dirán, me pongo en modo “Ola-k-ase”.
Otra lección de vida: es posible que le hables a alguien y que no te responda en dos horas, un día, tres días o nunca. Es el equivalente a esta escena en el mundo análogo: Dos personas hablan de algo que al parecer les entretiene. Y en medio de la conversación repentinamente uno de los interlocutores se va; sin decir nada, sin comentar una sola palabra respecto del último comentario de la otra persona. Mi primera reacción es pensar que son unos maleducados, pero inmediatamente me reconvengo a mí misma: No hay que exagerar, son formas nuevas de comunicarse. Con esta hipercomunicación es obvio que la gente no esté atenta a todo lo que dice o le dicen en ¿conversaciones? simultáneas.
En todo caso, es desconcertante. Aplicaciones como esta juegan con la frágil salud mental de algunos. No soy la única que lo piensa; alguien recién me escribió por mensaje de texto un SMS de los de toda la vida que prefería comunicarse conmigo por esa vía porque así no sabría si yo había visto sus mensajes o no. Casi acto seguido, otra persona me reclamaba por no haberle contestado. Cuando dije: “No vi tu mensaje”, me respondió: “Pero si estuviste ‘en línea’ luego de que lo mandé”. Era cierto. También está mi amigo O. que vacía de inmediato los chats porque no quiere saber qué dijo ni qué le dijeron; no quiere releer una y otra vez eso que puede significar una cosa o todo lo contrario.
Y además he aprendido nuevas formas de la venganza: “Clavar el visto”, le dicen unos; “Dejar en azul”, le dicen otros. Consiste simplemente en ver un mensaje, que la otra persona sepa que lo viste (y que los vistos se pongan azules) y no responder nunca más.
Lo dicho: conocimiento desechable y desconcertante, pero indispensable para sobrevivir en esta enigmática selva de emoticones que se me ha vuelto la vida 🙁