Hay países que crecen sin repartir y otros que reparten sin crecer. Estos dos extremos coexisten en América Latina y responden a dos visiones políticas sobre los caminos del desarrollo económico y social.
Los primeros crecen sobre la base de la inversión privada nacional y extranjera y los segundos se basan en la inversión estatal. Los primeros combaten la pobreza marginalmente y los segundos lo hacen principalmente. En ambos casos afloran espejismos de desarrollo, es decir ilusiones que emanan de la imaginación cuando no hay sustentabilidad.Por ejemplo, en el caso de los países que se han beneficiado de los altos precios del petróleo, de los metales y otras materias primas, estamos hablando de un crecimiento originado en lo que la geografía nos concedió sin que haya habido creación por parte del hombre. Esta riqueza se exporta y cuando la demanda crece los precios se elevan en el mercado mundial, para bien de los países extractores, que deben usar socialmente esa bonanza.
El periodista peruano David Hidalgo, en su artículo intitulado “El milagro peruano: el último espejismo de la economía latinoamericana” destaca que hay 25 000 peruanos con más de un millón de dólares en sus cuentas bancarias, debido a los cuantiosos ingresos por los altos precios de los metales en un escenario de libertad de las fuerzas del mercado, desde cuando Fujimori aplicó el shock con los preceptos del neoliberalismo.
Hidalgo releva que los bancos en el Perú ganaron 1 700 millones de dólares en 2013 y que en el trienio 2013/15 se atraerán inversiones por un monto de 40 000 millones de dólares. En Lima se han contratado a arquitectos de fama mundial como Philippe Starck y Robert Stern para que diseñen edificios que rentabilicen el placer como los departamentos que han hecho en Londres o París. Y por esto cada metro cuadrado de terreno en sus inmediaciones cuesta 10 000 dólares.
Pero por otra parte, dos millones de personas no tienen para comer, según datos del periodista Luis Davelouis citado por Hidalgo, porque en Lima la pobreza agobia al 30% de su población y en el resto del país al 50%, con una estructura de producción informal que llega al 70%, en donde los trabajadores carecen de beneficios sociales.
En el otro extremo está Venezuela que ha malbaratado su enorme riqueza en cuantiosos subsidios para comprar fidelidades políticas, a tal punto que los venezolanos pueden llenar el tanque de gasolina de su vehículo por el equivalente a un dólar. Lo que mal reparte Venezuela en subsidios excesivos a los alimentos básicos y lo que pierde con los huecos negros de política cambiaria han terminado con la riqueza petrolera, ahora manejada por funcionarios inexpertos.
Todos los extremos son perniciosos y lo único que cabe es amalgamar lo mejor del capitalismo asegurando una verdadera justicia social.