Cuando le pregunto a un amigo a quien respeto y admiro qué opina acerca de lo que ha vivido el país en estos días, replica que bastante se ha comentado en la prensa y casi de forma simultánea a los acontecimientos en las redes sociales, como para suponer que aún se pueda decir algo nuevo; no obstante, comparte conmigo algunas de sus inquietudes: el vacío de la inteligencia militar, la falta de una estrategia de negociación y la carencias en la comunicación. Me permito hacer una glosa e interpretación libre de sus comentarios.
Lo que aconteció tras el anuncio de la eliminación de los subsidios y demás medidas decretadas por el Gobierno se preparó de forma minuciosa meses atrás. Los grupos que sembraron el terror no improvisaron los ataques: se hallaban a la espera de la oportunidad. Algunos de ellos, militantes del correísmo, apuntaban a la caída del presidente Moreno: las voces azuzadoras de Virgilio Hernández, de la asambleísta Gabriela Rivadeneira y del ex presidente Correa delataban esas intenciones; la prefecta de Pichincha se halla ya en la cárcel bajo acusación de propiciar la rebelión, y otro asambleísta de la tendencia, de paralizar un pozo petrolero. Jaime Vargas, el dirigente máximo de la Conaie, se alineó a los propósitos desestabilizadores con el llamado a los militares a quitar el apoyo al mandatario. Se olvidó de la persecución al movimiento indígena en la década pasada. La ciudadanía requiere una explicación de las fallas de inteligencia del Estado. ¿Por qué no advirtió de los riesgos del golpismo al Gobierno?
Una negociación tan compleja no parece compatible con su transmisión en vivo y en directo. Se dirá que solo fue en el inicio. Los dirigentes que se sentaron con el presidente Moreno a negociar exigieron cámaras y micrófonos. Después, el proceso ha seguido con la reserva que exige llegar a acuerdos. ¿No resultaba imposible atender de uno en uno los pedidos? Aceptado uno, aparecerían sin término los demás.
Convertida en espectáculo con cobertura internacional, el arranque en la negociación, al menos exigía una estrategia de comunicación para no dejar como última palabra las gruesas afirmaciones que entonces se lanzaron. La comunicación falló desde antes. No tuvo capacidad el Gobierno para explicar las medidas adoptadas, exponer con datos concretos de la dimensión del impacto. ¿Se dialogó antes con los sectores indígenas?
No debe repetirse una experiencia tan dolorosa, que ha dejado tantas pérdidas, heridas y mayor fraccionamiento social. Por eso importa repetir “No a la impunidad”. La justicia tiene que actuar contra los golpistas y los responsables de la violencia. Sin embargo el desarme del fondo del conflicto pasa por la atención al sector olvidado de la sociedad y la lucha eficaz contra la pobreza y la falta de equidad.