Pensaba escribir sobre el medio siglo de ‘Rayuela’, esa novela experimental de Julio Cortázar que marcó a una generación y fue el símbolo juguetón y sofisticado del boom latinoamericano. Pero acudí al festival EDOC y me tocó ver un documental doloroso y valiente, con fondo de cloacas y gallinazos, sobre el auge y la descomposición de la Revolución sandinista. Y recordé que el culto, escéptico y afrancesado papá de Horacio Oliveira se volvió izquierdista desde los 60 y había apoyado al sandinismo en los años heroicos de la alfabetización, la reforma agraria y la lucha con la ‘contra’ apoyada por Estados Unidos.
¿Qué habría dicho ahora si hubiera mirado ‘Palabras mágicas para romper un encantamiento’, el documental de Mercedes Moncada sobre un país cuyo Frente de Liberación y cuyas empresas de la Alba terminan en manos de una familia, igual que en el somocismo? Puestos a imaginar, mucho menos le habría sorprendido escuchar las denuncias del gordo Lanata sobre los chanchullos del kirchnerismo. Y supongo que habría encontrado natural que su ‘Rayuela’ y el culto de París pasaran de moda hace largo rato. La literatura se renueva y se depura mucho más que la política, sobre todo que la política argentina.
Asfixiado por la manipulación de masas, Cortázar había escapado de la Argentina peronista en 1951 y escribió ya lejos un poema memorable, ‘La patria’, que se ubicaba ‘en la Plaza de Mayo donde ronda la Muerte trajeada de Mentira’ y remataba con un ‘te quiero, país, pañuelo sucio, con tus calles cubiertas de carteles peronistas, te quiero sin esperanza y sin perdón…’ ¡Ah, el peronismo! Yo lo viví en el 75, bajo Isabelita y López Rega, y soy de los que sostienen que, con las variantes del caso, ese modelo y sus rituales se siguen aplicando en países como Venezuela. El coronel Perón gobernó a una Argentina rica y poderosa y se convirtió en el caudillo de los trabajadores y los desamparados. Pero, más allá de los discursos, ni Perón ni Evita eran mancos a la hora de acumular fortuna, como tampoco lo fueron Ménem y Néstor Kirchner, quien, según su secretaria, enviaba costales de billetes a su bóveda del sur argentino.
Pero en la Nicaragua pequeña y pobre, los Ortega Murillo han rizado el rizo. Quien dude de las imágenes de Moncada puede leer las denuncias de un pana de Cortázar, el exvicepresidente y novelista Sergio Ramírez, que junto con el poeta Ernesto Cardenal terminaron acusados de traidores por el orteguismo.
Quizá sea mejor olvidar esos asuntos sucios y mundanos y volver a leer el capítulo 71 de ‘Rayuela’ que habla de la búsqueda de un reino milenario que no estaría delante sino atrás, en la nostalgia del paraíso perdido. Y entender que todo está construido sobre la imposibilidad de alcanzar el cielo de la rayuela o recuperar la pasión perdida.