Vivimos bajo los ecos del Sínodo Amazónico. Que se haya celebrado en Roma no es una casualidad.
La Amazonia es, junto con la cuenca fluvial del Congo, uno de los grandes pulmones de la humanidad. Su deterioro afecta al planeta entero y su conservación, más allá de la codicia humana, es la garantía de que podremos vivir con la necesaria calidad de vida. Cuando la Iglesia defiende una ecología integral está pensando en algo más que en el medio ambiente, en la conservación de la naturaleza, de las especies, del agua, de la biodiversidad; está pensando, sobre todo, en el hombre y en lo que realmente significa el Buen Vivir.
Para los pueblos amazónicos Buen Vivir significa armonía con uno mismo, con la naturaleza, con todos los seres humanos y con el Ser Supremo.
Tal comprensión de la vida supone integrar todo tipo de relación: con el territorio y la naturaleza, la vida comunitaria y la cultura, Dios y las distintas fuerzas espirituales. Son pueblos que hablan de la vida como un camino hacia la Tierra sin Males.
A estas alturas del deterioro que estamos sufriendo y de la explotación inmisericorde a la que estamos sometiendo al planeta, nos demos cuenta de hasta qué punto la Amazonia sufre a causa de sus heridas y por la violación de los derechos de los pueblos originarios y ancestrales. Me refiero al derecho al territorio, a la defensa de la vida, de la lengua y de la cultura, a la consulta y al consentimiento previo a cualquier tipo de explotación.
¿De dónde vienen las amenazas? Ustedes lo saben muy bien. Todos lo sabemos, pero no todos tenemos la misma conciencia ni, sobre todo, los mismos intereses. Me refiero a los intereses económicos y políticos de los sectores dominantes, de las empresas extractivistas multinacionales y de los gobiernos inescrupulosos dispuestos a pactar con el diablo, aunque sólo recojan las migajas que caen de la mesa.
En la actualidad, deforestación, incendios, extractivismo minero, explotación petrolera, cambios en uso de suelo y contaminación, llevan a la Amazonía y a otras zonas del planeta a un punto de no retorno. ¿Se acuerdan de las explotaciones auríferas de Buenos Aires (aquí, en el Ecuador), inhumanas, caóticas y miserables? Entonces, en plena preparación del Sínodo, muchas personas, entre la profecía y la indignación, hicieron llegar su palabra y su dolor a Roma: “Se apropian de nuestros territorios para mega proyectos, explotaciones al aire libre, concesiones forestales, monocultivos o, simplemente, explotaciones descontroladas,… Contaminan nuestras aguas y envenenan el aire que respiramos. Se adueñan del territorio el narcotráfico, el alcoholismo, la violencia contra las mujeres, la prostitución y la muerte.
Criminalizan y asesinan a nuestros líderes y defensores… Y todavía quieren vendernos la idea de progreso. Y, además, no nos dejan ni la calderilla”.