Luego de un proceso electoral confuso y mal llevado es ineludible un debate profundo y responsable sobre la reforma que necesita el sistema electoral ecuatoriano a fin de hacerlo más proporcional y representativo y fortalecer a los partidos políticos. Entre los muchos temas a discutirse, como el cambio de la fórmula para la conversión de votos a escaños -habiendo quedado demostrado que en circunscripciones pequeñas como las de Ecuador D’Hondt no funciona- o el financiamiento estatal de las organizaciones políticas como un factor para la atomización del sistema de partidos, está el de determinar si se mantiene la obligatoriedad del voto.
En este debate hay que considerar si el voto es un derecho o una obligación. Desde esa perspectiva, la defensa del voto voluntario está en el hecho de que, si bien una participación mayoritaria es aparentemente más sana para la democracia, no se pueden violentar las mismas libertades en que esa democracia se sostiene coaccionando a la gente para que participe. Gracias a la democracia liberal tenemos la libertad de elegir y ser elegidos, de ser parte de un partido político o de otro, ¿por qué entonces no tenemos la libertad de participar o no en un proceso electoral?
Por el otro lado, la implementación del voto obligatorio se justifica en la necesidad de mantener alta la participación de los ciudadanos en las elecciones a fin de que quienes sean elegidos tengan mayor representatividad y legitimidad. Es decir, se ve al voto como una obligación cívica justamente encaminada a defender los principios en que se sustenta la democracia. Como se ve, no es una discusión fácil, pero si se toman en cuenta los resultados para alcalde de Quito, en los cuales, con una participación de más del 80% el ganador logró apenas un 21% de los votos, parecería que dichos objetivos no se están logrando.
Entonces cabe preguntarse si realmente el voto obligatorio, además de lograr que aumenten las tasas de participación, está consiguiendo que esa participación sea de calidad. Es decir ¿es mejor que la gente participe obligada y decida en último momento por quien votar o qué quien vaya a votar lo haga porque realmente esté motivado y por eso se ha tomado las molestias que implica hacerlo?
Tal vez la respuesta la tengan Krasa y Polborn, que en 2009 determinaron que cuando el voto es obligatorio, el equilibrio en la participación no es óptimo y con frecuencia conduce a decisiones erróneas por parte de los votantes al sufragar. Así, parece ser más beneficioso ofrecer incentivos para que la gente vote que hacerlo mandatorio. De esta forma, si bien lo más probable sea que la participación disminuya, la calidad de los elegidos podría mejorar, lo que hace al voto voluntario una opción importante a considerar dentro de la reforma electoral en ciernes.
Columnista invitado