Voto sin libertad

Dice Don Quijote: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra se puede y debe aventurar la vida…”

Un hombre libre sabe lo que hace y lo hace porque lo quiere hacer. ¿Cómo puede hablarse entonces de libertad cuando al pueblo se le constriñe a votar haciéndole creer que está ejerciendo un derecho inalienable cuando, al mismo tiempo, de una u otra manera, se le pone una venda sobre los ojos y se le deja suelto al borde del precipicio para que libremente escoja su ruta?

Tal sucedió en los últimos comicios. Hasta la misma víspera, gentes ilustradas con estudios universitarios y experiencia en el servicio público se preguntaban cómo, por quién y para qué votar y se quedaban sin respuesta cuando el pueblo acudía a ellos en búsqueda de orientación. El caso singular del novedoso Cpccs adquirió niveles grotescos. Quienes integraban las tres listas de candidatos hubieran podido ser poseedores de los méritos y virtudes necesarios para ejercer su mandato, pero prácticamente nadie sabía de ellos. Escoger entre desconocidos no es ejercer la libertad sino sujetarse al guión de un sainete.

¿Podrá pensar, alguien en su sano juicio, que un Cpccs así elegido sea el fruto de la libre determinación del electorado? Es dramático que quienes obtuvieron la mayor votación para integrarlo ni siquiera alcanzaron, en promedio, el apoyo de un 10% de los electores. ¿Con esa endeble base podrán reclamar legitimidad cuando decidan sobre problemas trascendentes de la democracia? ¿Tendrán la reciedumbre ética y legal para decidir a este respecto?

Risible y causa de vergüenza ajena fue la pueril, superficial e ingenua propaganda que cada candidato hacía de sí mismo al utilizar los limitados espacios de tiempo provistos por el Estado –es decir por toda la ciudadanía- para nadar en contra del anonimato, en una campaña orientada a convencer a las masas.

La auténtica libertad supone conocimiento, de donde aparece que apenas estamos en los albores de la democracia, ensayando los primeros pasos por ese tortuoso camino. Para ser libre hay que rechazar inclusive la dádiva que condiciona, como tan bien lo dijera el Quijote al considerarse entre las “estrechezas de la hambre” mientras degustaba manjares en el Palacio del Duque “porque no lo gozaba con la libertad que lo gozara si fueran míos”, concluyendo lapidariamente: “¡Venturoso aquel a quien el cielo dio un pedazo de pan sin que le quede obligación de agradecerlo a otro que al mismo cielo!”

La libertad hay que ganarla luchando por ella. Se la pierde con la molicie y la indiferencia. Su ejercicio exige practicar la honestidad consigo mismo. Usar la ignorancia ajena en beneficio propio es cultivar esclavos.

jayala@elcomercio.org

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