Cuando un Estado es criticado por haber violado los derechos humanos, automáticamente la reacción de sus funcionarios es negar las acusaciones y, en muchos casos, pretender descalificar a los críticos. Hacen uso de mecanismos oficiales para el efecto y aluden a conductas censurables de otros para justificar la propia. Actúan -dicen- en defensa de la dignidad del país y de su soberanía. Sin embargo, frecuentemente, quienes así proceden saben que niegan lo que los hechos están demostrando. En otras palabras, falsean la verdad como pretendido servicio al Estado. Pocos tienen el coraje de recurrir a la autocrítica con el sano propósito de enmendar los errores.
Quien miente sobre un hecho, así como quien presenta versiones parciales de la realidad, se convierten en víctimas de su propio infierno pues se ven obligados a usar estratagemas para seguir ocultando la verdad. A su falta inicial y a la excusa que inventan para explicarla, se van sumando otras que les envuelven en una vorágine que hace cada vez más difícil la rectificación. Olvidan que reconocer un error al comienzo de la cadena de equivocaciones puede ser menos arduo que cuando se siguen acumulando engaños para evitar que se conozca la verdad.
Lo mismo ocurre con quienes, partidarios de un Régimen, justifican sus errores y poco a poco se comprometen hasta el punto en que les resulta progresivamente más embarazoso desvincularse. Más fácil es para ellos acomodarse a la inercia y seguir encontrando buenas razones para excusar los abusos del poder y su propia falta de buen juicio. ¡Cuantos partidarios del Gobierno estarán deseando no haber cometido el error de defender sus iniciales arbitrariedades! Seguramente, no son pocos los “compañeros” originarios de la revolución ciudadana que -como alguno de ellos lo dijera públicamente- “sienten vergüenza” atrasada por haber apoyado al Régimen. Por esto, todo ciudadano que quiera vivir honestamente debe guardar íntegra su libertad, es decir la capacidad de ver, pensar y criticar imparcialmente. Debe, asimismo, reflexionar sobre la incuestionable y grave responsabilidad de quienes, al ofrecer apoyos incondicionales al Régimen, van abriéndole las puertas para que tome medidas que afectan a los intereses permanentes del país y que contrarían la noción de que éste debe ser el hogar común para todos los ecuatorianos.
Ciertamente, tener el valor de rectificar es meritorio y debe ser así reconocido, pero mucho más encomiable es tener objetividad en el juicio y firmeza para no comulgar con el error, imparcialidad para examinar los actos del Gobierno y vivir, sobre todo, de conformidad con principios éticos y cívicos invariables, que no admiten compromisos con el poder.
Y la sabiduría del poder consiste en escuchar a sus críticos y no en pretender destruirlos…