Contraer una deuda es utilizar hoy un ahorro futuro. Por ejemplo, en vez de ahorrar 100 mensuales durante 12 meses para comprar, al decimotercer mes, un bien que cuesta 1 200, alguien podría comprar hoy mismo ese bien, tomando un préstamo de 1 200 y pagarlo en 12 cuotas mensuales mayores a 100 (porque debe pagar un interés por el crédito).
¿Qué significa esto? Que el préstamo impide que se posponga una decisión de consumo o inversión, a cambio de que se ahorre en el futuro una cantidad algo mayor. Este es el ‘quid’ del asunto. Si se pierde de vista esta regla elemental, el proceso de endeudamiento se sale de control.
Así que lo peor que puede hacer una persona desempleada es contraer más deuda porque, al no tener ingresos fijos, será incapaz de generar el ahorro necesario para pagar, en el futuro, el préstamo contraído.
Solventar una pérdida de ingresos fijos con más deuda es gravísimo porque, con el paso del tiempo, el pago de esos préstamos necesitará tanto ahorro que comenzará a afectar el consumo de subsistencia del deudor: para pagar el capital y los intereses, esa persona tendría que bajar sustancialmente su consumo de alimentos, medicinas o educación.
¿Es aquello aceptable? Claro que no.
Para que su vida y la de sus hijos no corran riesgo –por no poder comer o curarse– el deudor tendría que declararse en quiebra, una opción sumamente dura de la que no podrá salir sino en mucho tiempo.
Los países también sufren el mismo problema que acabo de describir: cuando cubren con deuda la pérdida de sus ingresos –petroleros, por ejemplo– acumulan desequilibrios fiscales que solo podrán ser resueltos con medidas de ajuste sumamente duras.
Todo esto ocurre cuando las autoridades pierden de vista que la deuda que contratan hoy –para seguir con su ritmo de consumo– comprometerá tanto el ahorro de las siguientes generaciones que, en vez de dedicar esos recursos a medicina y educación, tendrán que destinarlos a pagar sumas exorbitantes de capital e intereses.
A menos, claro, que ese país se declare en quiebra y entre en mora, una opción sumamente dura de la que no podrá salir sino en mucho tiempo…
Paradójicamente, la culpa de todo este drama no la tendrán quienes contrataron la deuda sino quienes prestaron la plata. Los que endeudaron al país –y malbarataron el ahorro ajeno– querrán, más bien, volver al poder criticando las medidas de ajuste que debieron tomarse a causa de la crisis que ellos mismos provocaron.
Y lo peor de todo es que seguramente conseguirán ganar las elecciones, perpetuando, con esto, la pobreza y el retraso de toda una sociedad a costa de un grupúsculo de políticos populistas.
¿Se puede vivir de la tarjeta? Solo si alguien está dispuesto a ahorrar mañana para consumir o invertir hoy.