La recuperación de la economía después de la década del dispendio, la corrupción y el endeudamiento no es una cuestión de tiempo, como algunos desean. Ante una realidad sobrediagnosticada, es necesario que las autoridades y los empresarios hallen salidas diferentes al libreto de la deuda para cubrir el déficit, por un lado, y de las exenciones, por el otro.
Al margen de las buenas intenciones y los diálogos, lo que se ve desde afuera es un intento, comprensible, por lo demás, de seguir pateando la pelota para adelante, a la espera de algún milagro o de un cambio repentino de condiciones. Pero todos sabemos que no podemos lograr resultados distintos si seguimos haciendo lo mismo de siempre.
La subida del precio del petróleo en estos días pudiera considerarse una bocanada de aire fresco para las angustias fiscales, pero no es, ni de lejos, una solución de mediano plazo, más aún si se consideran los problemas de producción y refinamiento de crudo en el sector estatal. Y mientras se sigan importando derivados para venderlos con subsidios.
¿Dónde están las acciones estructurales para cambiar la famosa matriz productiva? Son plausibles los esfuerzos para restructurar la deuda externa basada en preventas petroleras y multilaterales. También es importante el cambio -no se sabe si por necesidad o convicción- del modelo en el cual el Estado no solo era regulador sino motor de la economía.
El Estado ha bajado fuertemente la inversión a la espera de que el sector privado la haga; el caso de las concesiones petroleras es una muestra, e igual cosa sucederá en cuanto a la infraestructura, por ejemplo en vialidad. Pero sigue gastando 3% más que el año pasado en los salarios del sector público.
Ese gasto para este año es de USD 9 539 millones, equivalente nada menos que al 27% del total del presupuesto. El otro lado de este esquema inviable es un sector productivo que todavía se muestra indeciso a traer capitales en función de la Ley de fomento y pide más incentivos, los cuales a su vez son condenados por los sectores sindicales y sociales.
No hay señales de cambio a la vista, lo cual significa que quienes toman las decisiones políticas y económicas, con las excepciones del caso, se aferran a visiones que no se compadecen con un mundo de transnacionalización de la economía y de cambios paradigmáticos en el mundo laboral y comercial.
Un Estado tan pesado resulta disfuncional para cualquier economía, y es urgente reordenarlo y reducirlo. Un sector privado basado en más incentivos también parece serlo, en un mundo donde las fusiones y las absorciones son el pan de cada día y las empresas, tal como se conocían hasta hace poco, simplemente ya no existen.
Hay un nuevo orden económico y tecnológico que persistimos en ignorar y que quizás hace que todo quede en buenas intenciones.