A diferencia de otros comportamientos destructivos como la violación o el infanticidio, que la vasta mayoría de nosotros condenamos sin la más mínima duda, y aunque a muchos de nosotros nos pueda parecer difícil de creer, la intolerancia, especialmente aquella hacia quienes piensan de manera diferente, ha gozado históricamente y goza aún en nuestros tiempos de quienes la justifican y defienden con entusiasmo.
Una muy lúcida explicación de esta realidad es ofrecida por el gran politólogo de la Universidad de Yale profesor Robert Dahl, en su brillante libro ‘La democracia y sus críticos’. Según Dahl, el cuestionamiento más poderoso de la democracia, que resulta un argumento a favor de diferenciar entre quienes son y quienes no son objeto de irrestricto respeto, está dado por la idea del tutelaje social que significa “que el gobierno debe estar a cargo de ‘tutores’, ‘custodios’ o ‘guardianes’ de la sociedad.” Agrega Dahl que “para quienes defienden esta concepción, la idea de que el pueblo comprenderá y defenderá sus propios intereses es ridícula, y más ridículo aún es pensar que comprenderá y defenderá los intereses de la sociedad global.
Estos críticos (de la democracia) insisten en que la gente común no está calificada, evidentemente, para autogobernarse, y afirman que la premisa contraria de los demócratas debería reemplazarse por la propuesta de que el gobierno le sea confiado a una minoría de personas especialmente capacitadas para asumirlo en virtud de sus conocimientos o virtudes superiores”.
En diversas latitudes y diversos tiempos, distintos grupos se han arrogado la condición de “guardianes de la sociedad”, término que en la tradición intelectual de Occidente primero aparece en La república de Platón para describir el rol de sus propuestos filósofos-reyes.
Las aristocracias de sangre, la vanguardia revolucionaria bolchevique, los ayatolás en Irán, el talibán en Afganistán, y tantos, tantos otros han pretendido ejercer el tutelaje, como lo pone Dahl, “en virtud de sus conocimientos o virtudes superiores”.
Como ya fue señalado, nadie esboza teorías para justificar otros comportamientos humanos dañinos, pero sí se presenta la teoría del tutelaje para defender y justificar actitudes de rechazo, irrespeto, y, en el extremo, acallamiento de voces disidentes. Ante esa teoría, es bueno recordar que en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, cuando el general franquista José Millán-Astray gritó“¡Abajo la inteligencia!” y “¡Viva la muerte!”, Miguel de Unamuno, rector de la Universidad, le respondió: “Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis.
Para convencer hay que persuadir.
Y para persuadir necesitaríais algo que os falta: razón y derecho en la lucha”.