Francia es un universo en sí mismo, es un país complejísimo, difícil de describir. Hay dos rasgos que me sorprendieron especialmente cuando lo empecé a conocer.
Por un lado, a pesar de ser objetivo de constantes malos augurios, Francia sigue siendo la quinta economía mundial. Lo extraordinario es que son apenas 65 millones de personas los que la sostienen; muy por debajo de los cientos de millones de Estados Unidos y China, e incluso de los 127 millones de Japón y 81 de Alemania. Una de las ideas que subyacen esa impresionante fuerza, es que ellos consideran que una persona trabaja mejor mientras más bienestar tenga; y, de hecho, han conseguido volverse uno de los pueblos más productivos de la Tierra. En Francia la semana laboral es de 35 horas y tienen 6 semanas de vacaciones pagadas, sin contar los feriados nacionales.
Es posible que lo anteriormente señalado sea una consecuencia directa de lo siguiente. En la cultura francesa existe un recurrente impulso a buscar un mundo ideal. Desde las ideas de la Ilustración hasta la Revolución Francesa, de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano hasta el Código Civil, de la cuna del laicismo hasta el sueño del anarquismo, en ese país se busca recurrentemente construir un mundo mejor; desde la militancia del actual Partido Anticapitalista hasta… el Partido Socialista que acaba de volver al poder.
François Hollande era profesor en Sciences—Po mientras yo estudié allí. En sus cursos, él sobrepasaba la teoría de la justicia de Rawls (actualmente una de las más valoradas) y defendía la idea de justicia de Amartya Sen. Las desigualdades sociales, de poder adquisitivo, de oportunidades, de elección de tiempo de ocio, de discriminación de minorías, pueden existir a pesar de que las instituciones sean justas (he aquí la crítica a Rawls); se necesita una acción positiva de parte del Estado para atacar esas desigualdades y alcanzar la justicia social. Esta es la verdadera izquierda.
No han faltado voces que atribuyan la actual crisis española al izquierdismo de Zapatero, por ende extendiendo sus preocupaciones a la nueva Francia. Pero es un pensamiento sumamente pobre el atribuir únicamente el contexto económico al gobernante del momento. La crisis española viene de las manos del extremo-derechista Aznar; fue él quien concentró la economía española en la construcción y generó una megaburbuja sobre ese mismo sector. Zapatero heredó una bomba de tiempo. No supo pilotear la crisis, cierto; pero no se puede responsabilizar a la izquierda por aquel descalabro.
Quedan atrás las épocas de Sarkozy de recortar los impuestos a los ricos. Riqueza ya no es la palabra de moda. Bienestar, bienestar, ese es el objetivo que buscan ahora los funcionarios franceses.