¡Viva Alfaro!

Cuando se me dio por un anticlericalismo furibundo que a mis 16 años bordeaba la negación de Dios, respuesta a un cura español que me hizo la vida imposible en el San Gabriel pues aseguraba que yo era ‘rojillo’, no me quedó otro recurso que matricularme por mi cuenta y riesgo en el Colegio Nacional Mejía, fundación alfarista, en el que mis ánimos se tranquilizaron.

Educación laica la que impuso Don Eloy, convencido como estaba que el respeto al libre albedrío concluiría por ser una batalla ganada por la civilización en esa lucha eterna con la barbarie, como así sucedió.

En todo el mundo occidental debieron transcurrir siglos para que el Renacimiento y la Revolución Francesa -la grandeza del hombre y los derechos que suponía-, dieran frutos concretos en la cotidianidad de la vida en sociedad. De ahí que, ausentes de tales epopeyas, los países iberoamericanos tardarían tanto en llegar a la paz de los espíritus. Ni se diga si uno se pone a pensar que en ‘la madre patria’ la República Española fue liquidada por las tropas de Cristo Rey y que es tan solo luego de la muerte de Franco que en la nueva constitución al Estado español se lo declara laico.

Empresa de titanes la de los librepensadores ecuatorianos. Una lucha sin cuartel y desde los tiempos de Juan Montalvo. Con Alfaro y su liberalismo radical concluye ese ambiente asfixiante hasta la agonía como debió ser la existencia en un Estado confesional en el que la clerecía actuaba como intermediaria entre Dios y el hombre. Siempre es saludable recordar que la revolución alfarista llega al poder en 1895 y que son más de 100 años que los ecuatorianos no nos bebemos la sangre por controversias político-religiosas como aún acontece en Colombia y desde hace mas de 60 años.

La paz de los espíritus, la paz de las conciencias, eso del sueño tranquilo por la religión que uno profesa o simplemente porque se es agnóstico, se lo debemos al Gral. Eloy Alfaro. El implantó el laicismo hoy plenamente vigente en nuestras relaciones con el prójimo, en las relaciones entre el Estado y los ciudadanos.

Pese a la ‘hoguera bárbara’, la gran obra de Eloy Alfaro, el laicismo, no quedó en cenizas. Se ha mantenido hasta nuestros días como un triunfo de la civilización, y un camino a la esperanza.

Son los bárbaros, lo digo y lo repito, los que han hecho todo para que el laicismo no se constituyera en la fuerza moral que nos llevara a la conquista de los derechos básicos y las libertades fundamentales. De izquierda y de derecha, los bárbaros. Los que sueñan con volver a lo mismo, la bárbara oligarquía plutócrata. La izquierda dogmática, la marxista, la que se empeña en reproducir revoluciones bárbaras. ¡Pensar que todos ellos pretenden apoderarse de la figura de Alfaro! Para volver a arrastrarlo y en ejidos inciertos volver a quemarlo, digo yo.

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