Asciendo las gradas que dan al taller de Oswaldo Viteri, uno de los grandes artistas hispanoamericanos del siglo veinte. Está más lento y percibo su agobio. Remiro fotografías, diplomas, reconocimientos, obras de arte obsequiadas al gran maestro en sus periplos por el mundo.
Ahora está dedicado con el frenesí que le signó siempre a esculpir en arcilla, madera, bronce… Condena y liberación: la creación de este prodigioso artista pintor. En los ochenta publiqué un pequeño libro sobre su vida y su obra que él sostiene que es el que más quiere de todos cuantos le han dedicado. Azar y reto. La obra de Viteri me acechó a tal punto que inicié la tarea de superponerla de conceptos o a restringirla a traveseos irreverentes de mis pensamientos. Ella operó cada día más drásticamente en mi sensibilidad. A ratos pasé a pertenecerle y, como es evidente, a soportar su opresión, como si se tratara de pagar el tributo –o el castigo- de conocerla en sus resquicios más ocultos, esos que subyacen detrás del lenguaje visual cuando este oscila sobre el filo de lo excepcional y el genialismo.
Me detengo en sus ensambles: la raíz del mestizaje, su constante abrumadora, apenas hay par en nuestra América para este rehundimiento que logró Viteri en asunto tan ambiguo, único y múltiple. ¡Cómo lo fisgonea, de qué modo lo aborda y llega hasta sus resquicios! Exploración y perseguimiento. Perplejidad y develamiento de nuestro ser mestizo.
Cada elemento constituye un símbolo. Ninguno es fortuito. Todos son epítomes del revuelto mosaico de nuestros orígenes. La serie inacabable de sus ensambles es un camino lúcido y frenético a sus raigales consecuencias, tesis y postulaciones, el mayor aporte de Viteri a las artes visuales de nuestra América.
‘El dibujo es un pájaro invisible’, dijo alguna vez. Rememoro su caudal de dibujos trabajados en España sumido en la aprehensión de un final imposible. Confundido su centro, manoteando la bruma. Por esos años dibujaba y pintaba a dos manos. Contemplo sus desnudos. El desnudo no es un tópico del arte, es una forma. Al mirar nos unimismamos con lo que vemos: es la empatía de toda estética. Viteri funda, el fotógrafo descubre. Quedo absorto en sus retratos, sus Desastres de las guerras, sus célebres Cabezas… La vida compartida con el artista vibra en mi memoria.
Vista en panorámica la obra de Viteri no admite definiciones. La pupila lerda no está facultada para juzgar su exorbitante creación. Será el mañana, ese tiempo sin bridas que no cierra los ojos nunca, el que nos devuelva su obra en su real dimensión.
¿Cuánto tiempo estuve en la casa museo de Viteri? ¿Cuándo lo conocí? Responderme sería correr tras del viento. Llueve en la ciudad. Una ráfaga de nieve y fuego inmunda mi sangre. Viteri me despide sonriente desde el umbral del portón con su inconfundible aire de gitano. Hasta siempre maestro.