Columnista invitado
No siempre la exacerbación de los conflictos sociales provoca efectos peligrosos. A veces tiene virtudes. Por ejemplo, desnudar a una sociedad, sacar a la luz los instintos más primarios de algunos actores políticos. Algo de eso ha ocurrido a propósito de la última marcha indígena y del paro nacional.
El racismo y el machismo que han aflorado en estos últimos tiempos nos dejan boquiabiertos. Viejas taras que se suponían en franco retroceso han estado hibernando discretamente en el inconsciente colectivo de muchos ecuatorianos. Y lo peor, estimuladas desde el poder político, propagadas por militantes y simpatizantes del oficialismo a nombre de una supuesta transformación social. Lo que se lee en las redes sociales provoca náusea.
En un informe sobre la represión durante el paro nacional, elaborado por el Centro de Investigación y Acción Psicosocial, se documenta lo que sería una estrategia para agredir en forma sistemática a las mujeres que protestaban en la calles del país, particularmente en zonas indígenas. Los testimonios recogidos son sobrecogedores: golpes deliberados en genitales, amenazas de violación, maltrato a mujeres embarazadas, humillación por su condición de género, insultos por su condición étnica. Racismo y machismo apuntalando un inaceptable esquema de violencia y dominación sobre el mundo indígena y campesino.
La actitud del Gobierno se vuelve más reprochable cuando se constata el rol decisivo que han cumplido las mujeres durante la marcha y el levantamiento indígenas. Existe, en efecto, una ofensiva planificada para neutralizar a este grupo humano. De acuerdo con el informe de marras, la estrategia represiva en contra de las mujeres, a diferencia de aquella aplicada a los varones, ha priorizado las agresiones sobre las detenciones. De este modo se oculta y disimula la violencia, puesto que se evita la judicialización de los casos. El cinismo elevado a política de Estado.
Algunos contenidos del mencionado informe son alarmantes: “La violencia política expresada en la dominación patriarcal del cuerpo de las mujeres sigue estando presente en las formas represivas que adopta el Estado, especialmente en aquellos casos más graves donde se denuncian intentos de agresión sexual por parte de las fuerzas policiales”. Por lo visto, la política de respeto a los derechos humanos ha experimentado un dramático retroceso. Años de capacitaciones, publicaciones, debates y reflexiones han sido echados al tacho de la basura.
Y lo que más llama la atención son las coincidencias ideológicas y culturales entre el correísmo y los sectores sociales más recalcitrantes del país, respecto de la amenaza que supuestamente representa el movimiento indígena para la convivencia social. Los mensajes de ambos sectores compiten en sevicia.