Estamos a pocos días de que se pase una Ley de Comunicación que cambiará definitivamente el escenario político nacional por varias razones: la primera porque el Gobierno impuso su tesis de que “vigilar y castigar”, como diría Foucault, es la mejor forma de control social posible para los medios de comunicación que critican, molestan e incomodan.
La segunda, porque nunca se intentó siquiera escuchar a los demás, poner tierra de por medio, esperar para tener una ley con la que todos nos sintamos tranquilos. Especialmente aquellos que nos interesa el debate público a gran escala, la contraposición de ideas, el análisis del Estado, del Gobierno, de la sociedad.
El tema, como en todos los casos, pudo haberse tratado de otra manera y hay ejercicios de sobra –en el mundo- que así lo demuestran. En el Reino Unido, por ejemplo, se creó un comité de la sociedad civil (apoyado con fondos públicos aprobados por el Parlamento) para que revise casos de abusos de los medios o injusticias contra los ciudadanos. En ese comité hay gente escogida por su probidad y trayectoria en el tema, de todos los sectores políticos.
En ese comité, la investigación se realiza por pedido de los afectados y a veces de oficio por decisión de los miembros, pero ‘la pena’ (si es que se la puede llamar así) es la publicación del caso y las lecciones aprendidas en el periódico o medio en cuestión -en una página completa- para resarcir a los afectados.
El ejercicio en ese caso es una pedagogía para la sociedad, para los medios, para la comisión, porque su fin es la educación y el aprendizaje mutuo, no el castigo.
Lo más triste de todo esto es la actitud del Presidente de la República, que ve en la prensa a un enemigo contra el que libra una lucha sin cuartel, desde que empezó su gobierno. Cierto es que recibe críticas mordaces y a veces injustas, pero eso es inevitable en cualquier ejercicio de gobierno, lo que no es justificable es siempre recibir las críticas como simple ejercicio de mala fe. Y es muy triste porque si él realmente tenía aspiraciones de reformar este país, hace mal en dividir y crear una subclase social para los periodistas con una categorización cercana al ‘vendepatrias’. Solo está logrando crear una sociedad desconfiada, con el fantasma de la censura previa.
Pero no solo él es el responsable, esto está pasando porque tiene todo un séquito de asambleístas que creyeron a pie juntillas el cuento del castigo y el control, sin beneficio de inventario.
Sorprende mucho más que defensores de la libertad y del socialismo que están entre sus filas, no hayan puesto un alto y archivado una ley que no refleja en lo más mínimo la necesidad de construir sino de destruir.
Ejercicio innecesario para una sociedad que necesita desesperadamente ser más libre y más integrada, no lo contrario.
Todavía hay tiempo de cambiar las cosas y rectificar’ para los que tienen buena fe.