Vigencia de Hércules

¿Por qué los Juegos Olímpicos capturan el interés y la imaginación de casi todo el mundo? No es sólo por la publicidad, cada vez mejor pensada y orquestada globalmente, sino porque los valores que inspiran estas competencias –el honor y la gloria del individuo– son elementos esenciales de la cultura occidental.

La importancia de las Olimpiadas puede entenderse mejor si tomamos en cuenta esto: en el año 480 a. C., los persas pudieron derrotar a Leonidas y a su ejército de 300 hoplitas en la Batalla de las Termópilas, porque durante aquellos días también se celebraban los Juegos Olímpicos, un encuentro tan importante que ni siquiera una invasión extranjera pudo hacer que los griegos dejaran de asistir a aquellas competencias para pelear con sus hermanos de Esparta.

¿Qué clase de gente es esta que en vez de pelear aquí está en Olimpia compitiendo?, preguntó un lugarteniente persa a su general. Pues era gente que deseaba emular a Hércules, el hombre-dios que inventó los Juegos Olímpicos, una de las doce tareas que debió cumplir durante doce años para purgar sus errores del pasado. (Tras cumplir aquellos trabajos, los griegos aseguraban que Hércules murió, descendió al Hades –el mundo de los muertos– y luego subió a los cielos para estar en compañía de Zeus, su padre).

Hércules es, por tanto, el héroe por excelencia, ese individuo cuya fortaleza física, sagacidad y capacidad de sacrificio le permitieron alcanzar éxitos sin precedentes. Todos sus récords se convertirían en estándares a partir de los que se mediría el desempeño vital y moral de los griegos de las futuras generaciones.

Hércules –esa suerte de Jesucristo pagano– fue entonces quien inspiró, hace casi tres mil años, en 776 a. C., aquel deseo de afirmación individual que nos urge hasta hoy por alejarnos de lo normal para alcanzar lo extraordinario. Este semidios griego es el autor del motivo central del olimpismo: la esperzanza de superarse a uno mismo y destacarse por encima de los demás.

La prueba favorita de Hércules era la carrera de doscientos metros planos (211 metros, para ser exactos). Me alegra que Álex Quiñones haya destacado en esa prueba y quiero pensar que aquello es una muestra irrefutable de que, a pesar de todo, los ecuatorianos estamos destinados a lograr victorias hercúleas.

Durante estos años de ‘revolución ciudadana’ en los que se ha desprestigiado tanto a la iniciativa individual y se ha hecho todo por limitar las prerrogativas de las personas –se prohiben más y más cosas, como si aquello solucionara algo– es inspirador mirar cómo deportistas ecuatorianos y de todo el mundo han tomado la posta del olimpismo y han decidido jugarse –literalmente hablando– para crear su propio destino.

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