No sé bien cómo armar este artículo; tengo aún ideas dispersas aunque vengo pensando en el tema por mucho tiempo. Empezó cuando un alto funcionario del ex-Banco Central comentó que -ahora viejo- le trataban como un imbécil. Solitario y huraño como muchos hombres en el proceso de envejecer, decidió quedarse en casa porque los centros de acogida de la tercera edad le forzaban a bailar cuando nunca había bailado, le hablaban despacito y no era un “mudo”. Jardines de infantes para adultos.
En Ecuador, el 9,3 por ciento -casi un millón de personas- de la población pertenece a este grupo; 57 por ciento en condiciones de extrema pobreza; 13,6 por ciento aún ocupados. Por razones de vulnerabilidad, el Gobierno ha puesto sus ojos en el primer grupo; queda en la incógnita qué hace o qué podría hacer el 30 por ciento desocupado pero en condiciones de vida muy aceptables. En este grupo seguramente hay una sabiduría acumulada extraordinaria, pero silenciada e inerte. Empresarios exitosos, profesores universitarios extraordinarios, investigadores en diversas ramas que han enriquecido el conocimiento, plomeros y tecnólogos de primer orden, cocineros exquisitos, dulces y delicados padres (léanse a todos en femenino), en fin, cientos de personas que se han quedado para contar historias a los nietos, confiando en su tiempo y el deseo real de escucharles.
Las universidades, siguiendo el nuevo orden de cosas, han jubilado a un importante número de maestros; muchas facultades han quedado con un nuevo problema, una planta joven sin experiencia. Aun estos y otros centros no han sabido implementar de manera más sistemática la reinserción calificada de quienes con experiencia acumulada pueden continuar siendo una parte importante de la vinculación generacional, no por piedad, sino por su capacidad efectiva de aportación y configuración de la memoria institucional. Asesores remunerados a tiempo parcial, podría ser la figura.
Hay viejos y viejas inteligentes, encantadores, llenos de nuevas ideas y de humor. Cito un par de casos que me sorprenden: algunas mujeres viejas (también jóvenes) -casi siempre con gran capacidad de gestión hasta el final- se han organizado en clubes de lectura para compartir lecturas muy bien seleccionadas (solo en Quito hay alrededor de 150). Uno de estos reúne mujeres con daño macular, que han perdido la vista total o parcialmente, la de vista, lee y trae historias a la mesa, políticas, literarias; otras mujeres -y hombres- mayores en Medellín fueron contratados por la Biblioteca principal para reconocer fotografías antiguas y así reconstruir la ciudad devastada por la guerrilla. Fórmulas e ideas muchas, entonces, ¿cómo implementar la recuperación de este sector aportante de la población? Fundamental que las instituciones públicas y privadas hagan efectiva esta clamorosa voz.