El proceso que han seguido todos los caudillos autoritarios es el mismo. Empiezan enfrentando a gobiernos impopulares, se colocan al frente de los movimientos rebeldes y cuando cae el régimen reciben el premio merecido: el pueblo, gustoso y esperanzado, les entrega el poder. Sea por inclinaciones naturales o por el envilecimiento del poder, pueden iniciar aquí el camino torcido: aprovechar el momento de popularidad para redactar una constitución a su gusto, acumular todos los poderes, controlar la información y manipular las elecciones. Se perennizan en el poder, encarcelan a los disidentes, acumulan fortunas y se repite la historia con nuevos insurgentes. O se afirma el carácter dialéctico de la realidad.
Así comenzó y así terminó Muamar el Gadafi. Nació en 1942 en el desierto libio, estudió derecho antes de ingresar a una academia militar y viajó a Inglaterra donde recibió formación militar. Era capitán cuando organizó un grupo político clandestino de tinte nacionalista para derrocar al rey Idris I. En 1969 asumió el poder y tres años más tarde ya era simultáneamente primer ministro, Jefe de Estado Mayor y presidente del Consejo General del Pueblo. Implementó la reforma agraria y nacionalizó el petróleo. Intentó hacerse de un imperio proponiendo la unificación a varios países, Egipto, Siria, Túnez, Chad y Marruecos, pero fracasó en todos los intentos. Lideró la Unión Africana y apoyó al terrorismo internacional. Sobrevivió a un bombardeo norteamericano y a dos intentos de golpe para derrocarlo. Finalmente la comunidad internacional le pidió que abandonara el poder y reconoció como legítimos a los líderes de la resistencia.
Las historias de líderes como Fidel Castro o Hugo Chávez son muy similares, tienen vidas paralelas. Los líderes con vocación autoritaria se aferran al poder y se refugian en principios como la autodeterminación de los pueblos y la soberanía nacional porque temen que algún día la comunidad internacional pueda hacer con ellos lo mismo que ha hecho con Gadafi. “Rechazamos de manera categórica la pantomima de un Consejo de Transición y la parafernalia farisea de estos países europeos…” dijo Hugo Chávez en defensa de Gadafi y añadió: “Mañana puede ser alguno de nosotros”. Los caudillos que manipulan elecciones y pregonan la autodeterminación de los pueblos acumulan todos los poderes y se declaran demócratas, saben que tienen encima una espada de Damocles. La alternancia en el poder es sana no solo para la democracia y para los pueblos, es sana incluso para los caudillos. Les obliga a dejar el poder a tiempo. Después de haber sembrado el miedo, acumulado enemigos, amasado fortunas y violado derechos, no puede haber final feliz; o se aferran al poder o se condenan a vivir vidas clandestinas huyendo de los tribunales.