La infidelidad conyugal del Presidente de Francia ha despertado la curiosidad y el interés -morbosos, en muchos casos- sobre su conducta y ha puesto en discusión el tema relativo a la vida privada de quienes ejercen funciones públicas. ¿Hasta qué punto cabe una separación entre lo público y lo privado? En muchos países, la ley consagra tal diferenciación. Sin embargo, ¿se trata de una distinción clara e infranqueable? ¿Puede una persona ser, al mismo tiempo, un mal sujeto y un buen Presidente? Las sociedades tienen una manera distinta de ver estos fenómenos, dependiendo de sus componentes culturales. En los EE.UU., una severidad puritana parecería primar, hasta el punto de descalificar a un candidato presidencial al descubrírsele una aventura extramatrimonial. En Francia, en cambio, la sociedad ha sido más permisiva al enfocar los desvaríos sentimentales de sus jefes de Estado. Los franceses, en un 77 por ciento, son partidarios de separar lo privado de lo público. Sin embargo, en el caso del actual Presidente, parecería que están cambiando esos parámetros. Se reconoce que lo primero influye en lo segundo. En la tercera conferencia de prensa de su quinquenio presidencial, en medio de una crisis económica y política por su falta de liderazgo interno e internacional, Hollande no pudo evitar los cuestionamientos sobre su aventura reciente. Dominique Strauss Kahn -quien habría sido el actual presidente de Francia- vio truncado su futuro político a causa de su vida privada.
En el plano analítico, es evidente que la conducta de una autoridad interesa al pueblo. A un Presidente se lo escoge no solo por sus dotes de buen administrador sino porque los electores consideran que sintetiza los valores de una sociedad en un momento de su evolución cultural. Teóricamente, cabe concebir la existencia de un buen administrador con una cuestionable conducta privada. Pero el pueblo espera que quien ejerce autoridad demuestre una integridad humana ejemplar. Quiere verse reflejado en él y busca imitarlo. Es por eso que un Presidente influye en la creación de una sociedad cordial o llena de resentimientos y revanchas, dependiendo de cómo la oriente.
Lo privado debería ser respetado y no dar lugar a comentarios públicos, pero esto no pasa en la realidad. No se pueden identificar dos personas distintas -la pública y la privada- en un solo actor de la vida. La ética y sus normas deben regir no únicamente la vida pública sino la integralidad de una persona. Sin embargo, Berlusconi -de conocidos excesos- fue defendido por quienes le veían como un ejemplo del “macho latino”. Por otro lado, el respeto de lo privado desaparece ante la arbitrariedad del poder o el mercantilismo de cierta prensa. ¡Y qué decir de las multitudes que la compran para satisfacer su insana voracidad por el escándalo!