La vida irónica

“Es natural creer en grandes hombres”, dice Emerson en el prólogo de los retratos biográficos que escribió para homenajear a seis personajes que tuvieron vidas ejemplares. “Es natural” significa, en este contexto, que es algo obvio, que se hace casi sin esfuerzo –como parpadear– y que, por tanto, apenas necesita explicación.

Emerson y otros antes y después que él –desde Plutarco a Isaiah Berlin, pasando por Carlyle y Manuel J. Calle– asumían que las personas buscamos héroes no sólo para admirarlos sino, sobre todo, para emularlos; y que ese anhelo de vivir una existencia heroica es parte de nuestra naturaleza humana. Cultivando adecuadamente aquel deseo natural abriríamos la puerta hacia una existencia virtuosa. Me pregunto si aquellas reflexiones siguen siendo válidas ahora.

Tal vez antes, muchos sí buscaban una existencia heroica, marcada por el sacrificio, el honor y el servicio a los demás. Este tipo de comportamiento era inculcado, sobre todo, por la religión cristiana que, en el pasado, se tomaba como algo muy serio.

Pero “la muerte de Dios” –en palabras de Nietzsche– y el advenimiento del mundo secular despojaron a los credos religiosos de su autoridad moral. El secularismo ha traído grandes beneficios a la humanidad –como el respeto a la diversidad y la importancia de la ciencia– pero también una desgracia: la sensación –David Foster Wallace habla de una “tristeza a nivel estomacal”– de que la vida no tiene sentido y que la muerte es, seguramente, el mejor regalo que se puede tener después de tantos años de angustia y desasosiego. Son los síntomas de la enfermedad moral de la modernidad, el nihilismo.

El nihilismo es la imposibilidad de definir el significado de una vida correcta y la incapacidad de examinar el valor de nuestras vidas sin caer en la tristeza o, incluso, en la depresión. Así que hemos adoptado a la ironía como la única arma para defendernos del sinsentido que vemos diariamente a nuestro alrededor.

En vez de una vida heroica hemos optado por una vida irónica. Hemos dicho que es una forma de reírnos de nosotros mismos, pero también es una manera de esconder nuestro propio desconcierto y nuestra ineptitud para reaccionar apropiadamente frente a lo que sucede a nuestro alrededor: corrupción desembozada, quiebra del país, líderes con visión parroquial…

Nos hemos atrincherado en la fortaleza del humor negro y la impasividad; cultivamos una actitud indiferente porque, supuestamente, ya lo hemos visto todo y ya nada nos sorprende.

El problema es que la ironía tiene sus límites porque llegará un momento que ya no podamos seguir riendo de lo que en realidad nos asquea. Y cuando eso suceda, ¿qué vamos a hacer?

@GFMABest

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