Es famoso aquel ‘dictum’ platónico –o socrático, como se quiera ver– que dice que una vida sin examen no vale la pena ser vivida. En efecto, la única manera de dar sentido a nuestra existencia es a través de esa constante interpelación a la que podemos someternos para saber si estamos actuando correcta o incorrectamente.
Por muy lógico y hasta fácil que esto parezca, muchas personas no saben de qué manera evaluar su vida pasada. Se conforman si sus sentimientos les dicen que todo va relativamente bien porque no experimentan grandes conflictos internos o porque no sufren de insomnio… El problema es que los sentimientos a veces son engañosos porque son cambiantes y pasajeros. Nos dan, por tanto, información parcial y epidérmica sobre la legitimidad de nuestros actos y, peor aún, no nos dicen absolutamente nada sobre lo más importante: sobre las consecuencias que esos actos han tenido sobre los demás.
Hay, de otra parte, personas que se escudan en razonamientos simplistas que les llevan a ser demasiado concesivas con ellas mismas: “Me gano la vida honestamente, cuido a mi familia, pago mis impuestos y cumplo con la ley. Por tanto, mi vida es totalmente correcta y más que justificada”. En mi opinión, aquello no es suficiente. Aquello es lo mínimo que alguien podría aspirar a ser y hacer.
La vida examinada de Sócrates no está pensada para los asesinos en serie o para los asaltantes de caminos. Es evidente que las acciones de esas personas son completamente equivocadas y, por tanto, no necesitan examen alguno.
El examen socrático sirve para que personas como usted y yo –que no vivimos existencias pintorescas ni demasiado extremas– podamos entrever los errores y aciertos que componen nuestra rutina diaria. El examen socrático somete a juicio precisamente a esa rutina, es decir a la vida mecánica que transcurre sin escrutinio y detrás de la que talvez se escondan demasiados errores y también aciertos de los que no estamos plenamente conscientes.
Días como hoy son momentos propicios para evaluar nuestra vida. Pregúntese, por ejemplo, qué acciones le provocaron más sufrimiento y más felicidad durante este 2012. Haga una lista concienzuda sobre los actos que le hicieron más orgulloso y sobre los que le provocaron mayor vergüenza a lo largo de este año.
Piense en los grandes favores que hizo a otras personas y reflexione sobre los perjuicios que irrogó a otros. Sea estricto consigo mismo; no escurra el bulto ni evada sus responsabilidades.
No haga este ejercicio para mortificarse sino para darse cuenta de quién es usted verdaderamente. Talvez decida seguir actuando como siempre, pero al menos será consciente de aquello. Ese es el real sentido de una vida examinada.