Cuando el flamante Nobel nos cuenta con su fantástica pluma cómo transcurrieron esos 14 minutos desde que recibió la llamada de un funcionario de la Academia Sueca, hasta que el otorgamiento de tan acertado premio se hizo público, y se sucedieron en su memoria un sinnúmero de recuerdos, quizás habrá que rescatar como determinante para este momento que hoy festejan las letras hispanas, la ocasión en que su tío Luis Llosa, en palabras del escritor, le “animaba incansablemente a perseverar y ser un escritor, porque, acaso hablando de sí mismo, me aseguraba que no seguir la propia vocación es traicionarse y condenarse a la infelicidad”. Ventajosamente, Vargas Llosa escuchó a su familiar y un talento natural como el suyo, acompañado de una disciplina férrea, inusual en una tarea en la que la contemplación anula a veces a la creación, lo llevó a producir una obra inmensa, inagotable, en la búsqueda de la novela total que ha sido su ambición, emulando a esos grandes escritores que sin descanso se entregaban a la tarea de configurar mundos, crear personajes, imaginar escenarios, urdir tramas que cautiven, someter al lector a la voluntad del que, en forma oculta, palabra por palabra les ponía en conocimiento de una realidad que, al final, ya no le pertenecía.
El premio entregado a Vargas Llosa es precisamente un reconocimiento a toda esa tarea que ha dado como resultado piezas literarias bellamente escritas en las que, como toda obra humana, se ven reflejadas historias y miserias que han tenido como escenario los barrios, ciudades, parajes de nuestro entorno, que si bien se producen en Lima, Loreto o Santo Domingo bien pueden sucederse en cualquier otra ciudad de nuestro continente pues, como bien decía su autor, sus gentes en muchos casos son indiferenciables. Esto lo hace más cercano a nosotros, lo que nos lleva a que nos cause gran satisfacción este reconocimiento.
Pero no solo eso. Vargas Llosa ha sido un gran batallador y defensor a ultranza de las libertades. No ha sido condescendiente con las tiranías de cualquier signo, ni aún con aquellas que han llevado el ropaje de falsas democracias. De allí que sus artículos en los que ha criticado los dogmas, los nacionalismos exacerbados, a los tiranuelos de pocas luces y, por supuesto, a sus comensales que prestos ponen su poca inteligencia a servicio de los poderes de turno, le han granjeado no pocos enemigos.
Pero a la final, más allá del justo reconocimiento realizado por la Academia Sueca, con o sin este galardón el escritor peruano tiene un espacio ganado en el lugar destinado para los seres ilustres, universales, en el cual los personajes caricaturizados en sus obras solo pueden ser vistos como lo execrable de esta tierra, muchos de los cuales aún deambulan por ahí y se solazarán cuando sus fanáticos adeptos lancen más diatribas en su contra, sin percatarse que su dimensión les resulta simplemente inalcanzable.