Algunas docenas de “partidarios” traídos de provincias, unas cuentas falsas para lanzar mentiras por las redes sociales, una amenaza enviada al CNE y el inveterado miedo que la derecha le tiene a la izquierda, bastaron para que sean calificados los binomios que no cumplieron las normas establecidas por ellos mismos.
El Consejo Nacional Electoral, uno de ellos, porque en realidad vemos dos, uno integrado por tres vocales que toman decisiones y otro compuesto por dos vocales que critican esas decisiones; la mayoría del CNE, decidió que los correístas tenían razón, que lo más importante era respetar el derecho de participación, que las leyes pueden ser interpretadas, que puede ser peligroso eliminar a candidatos gritones, que el proceso podría desprestigiarse sin los candidatos de izquierda.
Pasa lo mismo en todas partes. En España, golpistas y separatistas fueron aceptados como candidatos y ahora gobiernan ellos. Ya han iniciado el proceso de indulto a los presos, le tienen arrinconada a la derecha, se proponen cambiar la monarquía por la república y terminarán desmembrando España en comarcas feudales como en la Edad Media.
En Argentina le permitieron ser candidata a Cristina Kirchner y ahora es ella quien gobierna por encima del paniaguado presidente; ella exige una reforma judicial para librarse de la sentencias; los ladrones que estaban presos ya están en su casa; pretendió trasladar a los jueces que tienen los casos en contra de ella; ha vuelto a poner Argentina en la senda progresista de Venezuela.
Ya ni siquiera son izquierda y derecha; la izquierda, que tiene un pasado sangriento y una ineficiencia colosal, ahora se llama progresismo, en realidad es populismo. La derecha pasguata sigue siendo derecha, timorata y tiene vicios igual que la izquierda. Nuestro Gobierno, compuesto por políticos que eran de izquierda y ahora son de derecha, siguen mostrando el mismo grado de ineficiencia, el mismo antojo por el gasto y el endeudamiento, la misma tolerancia a la corrupción.
Es inconcebible que un déspota que destruyó el país, que contrató elefantes blancos con sobreprecio, que convirtió un episodio ridículo como el 30S en tragedia, con muertos y víctimas que han soportado 10 años de sufrimiento; un caudillo que transformó el gobierno en una asociación ilícita, imponga condiciones. ¿Cómo es posible que un condenado, con orden de prisión, que no puede ser ni empleado público, pueda organizar protestas, poner candidatos y hacer girar al Gobierno, a los jueces, al Consejo Electoral y a la prensa en torno a sus caprichos?
Mientras el CNE habilita a candidatos que no cumplen ni las condiciones mecánicas de presentar la cédula y mostrarse personalmente, los ciudadanos viven maltratados por una pandemia desconocida y gobernantes ausentes. Sin cumplir las reglas, retorna la barbarie.