Era diputado electo por mi provincia. Desde esa función anhelaba coadyuvar a la dignificación del Congreso y a la unidad nacional. Pero el Presidente electo me pidió que le colaborara como Ministro de Defensa, porque el país corría grave peligro. Asumí esa función sabiendo que el Perú se había rearmado para reivindicarse del fracaso de 1995. Lo hice poniendo en riesgo la gratitud del pueblo para quienes participamos en la victoria.
En el inicio del Gobierno, el Vicepresidente se mostraba entusiasta y bromista. Pero cuando la situación se complicó, dejó de opinar en el Gabinete ministerial, lo que me parecía una actitud irresponsable y una falta de solidaridad con quien había puesto bajo su administración el único dinero disponible: un préstamo externo para la reconstrucción de las vías destruidas por el fenómeno El Niño. Mientras la crisis financiera y la abismal caída del precio del petróleo asolaban al país, extrañamente el Vicepresidente persistía en sus chistes, no obstante la angustia de la población.
Ante mi persona, el Vicepresidente desplegaba una actitud de superioridad, que no me impresionaba porque yo estaba cumpliendo fielmente mis obligaciones. Ahora recién conozco, por una soberbia confesión de su parte, que había pedido al Presidente me separara del Ministerio porque yo, algunas veces, vestía el uniforme militar, sin considerar que lo hacía en forma pertinente y sin abusar de ese privilegio. En cambio, solapaba a dos oficiales que conspiraban, como se comprobaría en los hechos.
En octubre de 1999 le pedí al Presidente que separara a uno de esos oficiales, porque ante las tropas dijo que si bien las Fuerzas Armadas no deben intervenir en política, no podían permanecer impasibles. Después le solicité que también separara al otro oficial porque, a pesar de su mayor jerarquía, se había convertido en cómplice. Como el Presidente no tomó ninguna acción, le comuniqué que permanecería en el Ministerio solo hasta enero del 2000, mes para el cual se anunciaban actos violentos, pero que en febrero renunciaría. El 8 de enero firmé una renuncia colectiva de los ministros. El 10, le hice notar al Presidente la inconveniencia de que el Ministerio de Defensa permaneciera sin titular. El 11, me preguntó si había novedades en las FF.AA. Le contesté que no. Como en su tono percibiera inconformidad con mi gestión, ese momento renuncié, manifestándole que, habiéndose firmado la paz, ya no era necesaria mi presencia.
Cuando conocí que el nuevo presidente, Gustavo Noboa, iba a condecorar, el Día del Ejército, a los referidos oficiales, por su excelencia profesional, hablé con el Ministro de Defensa para pedirle que no irrogaran esa afrenta a las FF.AA. ni les causaran ese daño moral. No me escucharon. Al contrario, designaron Jefe del Comando Conjunto al principal culpable de la sublevación del 21 de enero.