Salvo algún imponderable, el país tendrá el fin de semana una nueva Vicepresidenta. El Presidente envió ayer la terna y la Asamblea se reunirá para nominar la nueva alta dignataria.
Mientras Jorge Glas, despojado de su cargo por el mandato de la Constitución y haber traspasado su ausencia temporal, deberá seguir adelante con su defensa jurídica en las instancias a las que ha acudido y tiene derecho. El exvicepresidente sentenciado está detenido en la cárcel 4.
La Vicepresidencia es una institución fundamental. El principal fin de contar con un titular en la entidad es el reemplazo temporal o definitivo del Presidente.
Antes del anterior período de gobiernos civiles, y según el dictamen de las tantas cartas constitucionales que hemos tenido, esa función correspondía al titular de la Legislatura (especialmente cuando había dos cámaras, al presidente del Senado).
En el último gobierno de José María Velasco Ibarra el vicepresidente Jorge Zavala Baquerizo provino de una fórmula política distinta. El doctor Zavala fue liberal y la tensión provocó las palabras del fogoso presidente, quien dijo que un ‘vicepresidente era un conspirador a sueldo’.
Luego, el ilustre profesor de derecho constitucional, rompió la Constitución, y se proclamó dictador civil el 22 de junio de 1970. La función de Vicepresidente se ‘evaporó’. Quizá por eso los redactores del proyecto de Constitución que entró en vigor en 1979 pusieron un binomio en un solo casillero.
En 1981 el vicepresidente Osvaldo Hurtado tuvo que asumir – forzado por la trágica muerte del Presidente Jaime Roldós- la Primera Magistratura. Sin un partido vigoroso y con la crisis de la deuda que asomaba las orejas y un fenómeno de El Niño que arrasó la infraestructura y la producción agrícola costera, cumplió el periodo presidencial.
Blasco Peñaherrera Padilla, liberal, fue parte de la fórmula triunfal de León Febres Cordero. Encargado por mandato constitucional como su antecesor, del Consejo Nacional de Desarrollo, tuvo serios choques con el Presidente y el 16 de enero de 1987, en el secuestro presidencial de Taura, estuvo a punto de asumir la Magistratura.
Rodrigo Borja decía que el candidato a la Vicepresidencia no aportaba votos pero al menos no debía quitarlos. Eligió a Luis Parodi con quien no hubo roces.
Alberto Dahik tuvo un rol protagónico en la presidencia de Sixto Durán Ballén. Fue enjuiciado políticamente por el Congreso, salió absuelto, renunció y marchó a Costa Rica donde recibió asilo.
Rosalía Arteaga debía suceder a Abdalá Bucaram tras su estrepitosa caída, pero una ‘omisión’, aparentemente tipográfica, la dejó en el cargo por pocos días hasta el interinato de Fabián Alarcón. Gustavo Noboa sucedió a Jamil Mahuad, precipitado tras adoptar la dolarización. Alfredo Palacio sucedió al derrocado Lucio Gutiérrez.
Y llegó la estabilidad política en el gobierno más largo de la vida republicana.
Hoy el momento nos ayuda a reflexionar cuán importante es un Vicepresidente leal, sí, como piden los oficialistas, pero además, competente, para una situación fortuita.