Entre 2006 y 2014, el gasto público se multiplicó por 3,2 por encima de la inflación. En otras palabras, el poder de compra del gasto público de 2014 era 3,2 veces más alto que en 2006. O sea, a la economía entró una cantidad enorme de recursos que, por una regla inalterable de la vida, a alguien debió beneficiar.
Aquí se podría hablar de la irresponsabilidad que significa haber disparado de tal manera el gasto público y de las distorsiones que eso puede causar, porque un aumento tan enorme del gasto es como inyectarle esteroides a una persona. No es el equivalente a mejorar su dieta, sino que es el equivalente a engordarle a la fuerza en base a químicos y hormonas y es el causante de que ciertas áreas de la economía crezcan desproporcionadamente.
Y si consideramos que la abrumadora mayoría del aumento de ese gasto llegó a los funcionarios públicos o a los empleados de los contratistas del gobierno, la idea es ver qué pasó con esa montaña de dinero que terminó en las manos de seres humanos que, en su gran mayoría, destinaron esos ingresos adicionales al consumo.
Por lo tanto, los grandes ganadores son los que pudieron vender lo que querían comprar esa nueva clase media alta, esos nuevos consumidores dispuestos y dichosos a gastar a manos llenas sus mejorados ingresos.
Una muestra tomada por la empresa MarketWatch de las 62 principales empresas dedicadas al comercio al por menor y a la producción de bienes de consumo, señala que la suma de las utilidades de esas empresas “top” fueron, en el año 2014, de 904 millones de dólares, lo cual significó un crecimiento de 82% frente a las utilidades de esas mismas compañías en el año 2006.
En otras palabras, los grandes ganadores del boom que vivimos en esos ocho años son todas aquellas empresas que supieron satisfacer la demanda de ese creciente ejercito de consumidores.
Bien por esas empresas, pero es interesante ver cómo una política económica de “gaste lo que pueda”, termina beneficiando a los que no estaban en el grupo objetivo de beneficiarios de las políticas del gobierno, porque al final, los ingresos de los accionistas de esas empresas crecieron en 82% entre 2006 (antes de la revolución ciudadana) y 2014 (cuando se acabó el petróleo de precios astronómicos).
¿Qué opinará toda la gente de la izquierda que tan ilusionada andaba de una redistribución del ingreso cuando vean que su política insignia (el gasto público) dio un resultado tan opuesto al deseado por ellos mismos? ¿Se darán cuenta que demasiado gasto es tan malo como un esteroide?
Y no sólo es el gasto el que ha ayudado a las grandes empresas. El hecho de haberlas blindado de la competencia extranjera reviviendo un proteccionismo ya superado en el resto del mundo, sin duda no les dificultó la vida a las empresas grandes en los sectores de venta al por menor y de producción de bienes de consumo.