Tenemos una muy mala Constitución. Y eso se puede ver en diferentes aspectos de su redacción, donde es evidente una mezcla de ignorancia, autoritarismo, populismo y ceguera ideológica. Pero también tiene artículos que amalgaman un cierto resentimiento contra las élites y una enorme dosis de provincialismo, por ejemplo, esa absurda prohibición de que altos funcionarios públicos puedan trabajar en las instituciones multilaterales.
Abundantes son los defectos y múltiples sus causas. Por ejemplo, la Constitución quita toda autonomía al Banco Central, algo que debe ser el reflejo del autoritarismo de quienes la redactaron (las cuatro o cinco personas que la escribieron entre Valencia y Manta) y de la ignorancia de los asambleístas que la aprobaron. Autoritarismo porque es una medida que concentra más poder en un ejecutivo de por sí ya poderoso, ignorancia porque los países donde mejor se maneja la moneda tienen un banco central con mucha autonomía.
Los defectos constitucionales también se ven en las normas sobre gasto público, que está obligado a subir en salud y en educación, incluso si no hay recursos para financiarlo. Esto debe ser el resultado del profundo populismo tanto de los autores y como de los asambleístas.
La Constitución se redactó en el 2008, cuando el precio del petróleo estaba en su nivel más alto de la historia y quienes la redactaron, por ignorancia o por mala fe, llenaron el texto de garantías y derechos, de tal manera que se creó un gasto público estructuralmente alto, algo que no se puede financiar desde que el precio del barril, como era obvio, se desplomó el año siguiente.
La prohibición del artículo 153 para que altos exfuncionarios públicos puedan trabajar en instituciones financieras multilaterales es otro de esos grandes absurdos. Con un poco de picardía, se puede intuir que eso proviene de la mala envidia, ese instinto básico de los seres humanos de odiar al que llega más lejos, porque quienes crearon esta norma sabían que nunca iban a poder acceder a un puesto en una de esas instituciones y quisieron evitar que otros, más capacitados, lo hagan.
Pero más allá de esa posible envidia, esta es una norma que hace daño al país, porque una de las mejoras cosas que nos puede pasar es tener a compatriotas en altos puestos de multilaterales que estén buscando la oportunidad de ayudarnos, de “darle una manito” al gobierno de turno, de facilitar los trámites, de promover más investigación sobre la realidad del Ecuador.
Pero no, había que impedir que otros se luzcan y demostrar que somos soberanos porque miramos con desprecio a los poderosos. Y lo único que demostramos es una pequeñez de espíritu.