Como si la política fuese un concurso de plazas y tarimas llenas, el oficialismo en el Ecuador no tolera que quien no haya ganado una elección tenga derecho a opinar y expresarse.
Durante largos ocho años, el Régimen, la tarea oficial y su líder han gozado de una popularidad innegable. Acudir a las encuestas parece ser una solución para los que se preguntan por los aciertos y los errores.
Pero las encuestas en la práctica traen muchos más datos que aquellos que aparecen en los números. Por eso, es cuestión de mirarlas con detenimiento.
Es verdad, ampliar carreteras de las que todos usufructuamos pareció a muchos ser tanto o más importante que preservar el Estado de derecho que hoy unos observadores olvidan que contribuyeron a romper.
Ampliar el contenido social de las propuestas gubernamentales era una prioridad, tanto como preservar las libertades y derechos ciudadanos que se proclamaron y escribieron en la Constitución que luego, con laborioso empeño, se trata de enmendar para modificar en temas de fondo, una vez que se la tomó a la ligera muchas veces.
Vale recurrir a una frase que puede decir mucho o poco, según como se la interprete: El uso de la máxima aristotélica “la única verdad es la realidad” por parte del general y caudillo argentino Juan Domingo Perón parece desnudar desde la historia el vértigo y la angustia de sus herederos de allá y de acá por dominar el relato oficial. Por eso es que las versiones -y el periodismo no es ni más ni menos que eso- obsesionan a los gobiernos que procuran dominar el relato e instalar su única visión de la realidad aun cuando diste de la verdad.
Es ganar, por KO, por puntos o por abajo de la mesa. Ganar aunque se haya perdido y decir que se ganó, aun cuando la versión no la crea ni la misma prensa oficial que la narró de forma categórica e indiscutible.
Por eso es que el relato de las marchas contado desde el oficialismo con muchas cámaras y muchos canales de TV, -propios o incautados-, como única e indiscutible versión ,deja un sabor agrio. Miles y miles en la marcha oficial. Las tomas mostraban los claros en los desfiles de las centrales sindicales, gremiales, de jubilados.
Los discursos de la tarima gubernamental ratificaban el triunfo de unos y el fracaso de otros. Esa historia debía quedar allí.
Parecía que al final del día debía prevalecer sin espacio a discusión la verdad desolada y apabullante de un único discurso.
Pero la vida real es más rica que aquella que quiere contar la política vertical y excluyente desde el poder. Si por ahora las encuestas dijeran que son más, tampoco es justificación para arrumar el derecho de las minorías a ser, existir, pensar y decir su palabra, por minoritaria que fuere.
Si no se supiera de sánduches ni de buses ni de burócratas sumados a la militancia ferviente, si no se supiese que en la marcha que la TV pagada con los impuestos de todos no mostró o no quiso ver, hubo miles y miles de personas, aún así, los que dicen ser más lo son cada vez menos.