Verduras de las eras

Comparto con ustedes expresiones de aquí y allá, sabias o frágiles, irónicas o mordaces: tómenlas o deséchenlas, que no me privaré de comunicarlas.

La conserje doña Rosita respondió una vez a mi cotidiano -¿Cómo le va, doña Rosi?, con un -Aquí…, jugando a trabajar, cuya ironía secreta me cautivó.

Al otro lado del espectro, como dicen los que saben, Antonio Machado, al ver confundida con erudición la sabiduría que anhelamos, afirmó en la voz del maestro Juan de Mairena: -"Aprendió tantas cosas, que no tuvo tiempo de pensar en ninguna de ellas".

Como entre nombres de persona parece no haber nada escrito, alguna vez anoté el siguiente, que es síntesis ejemplar: Nimio... Nimio Hernández. Del latín nimius, que, al contrario de lo que creemos, quiere decir, 'excesivo, abundante, exagerado' -sentido que se mantiene en español aunque "fue mal interpretada la palabra y recibió acepciones de significado contrario", según el DRAE- don Nimio puede elegir entre sentirse excesivo, saberse insignificante o las dos cosas a la vez, como cada cual… Nimio se dice de cosas no materiales, por lo cual el así llamado resulta inmaterial o, al menos, abstracción de contradicciones. Y ¿cómo se habrá sentido doña Sublime Pallares, de nombre tan determinado y uno? "Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir" dicen algunos versos de las coplas que Jorge Manrique escribió a la muerte de su padre; el poeta quiso, a tenor de su pena, hacer una síntesis del destino del hombre, y lo logró, no tanto en estos conocidos versos, cuanto cuando concluye: "las justas y los torneos, paramentos, bordaduras y cimeras, ¿fueron sino devaneos? ¿Qué fueron sino verduras de las eras?".

Cuatro siglos más tarde, Marguerite Yourcenar escribe Memorias de Adriano, la gran novela europea del siglo XX. En Con los ojos abiertos, hermosa entrevista realizada a la académica por Matthieu Galey, ella cuenta cómo, siendo adolescente, al conversar con su padre sobre sus preocupaciones íntimas que ya anunciaban la fecundidad inagotable de su pensamiento, aquél, hombre culto, viajero incansable, entre elusivo y profundo intentó consolarla: "Hija mía, no es nada... No somos de aquí. Nos vamos mañana".

Este no fue, sin duda, un llamado frívolo a esquivar la realidad, sino fórmula cabal, a la luz de una larga experiencia, de la manera en que cualquier inquietud humana se anonada en el concierto de este viaje corto hacia el acabamiento.

Cada intento nuestro de hablar se encierra, irremediablemente, en un ámbito de nostalgia. Queremos decir, y hemos de contenernos en el límite de un espacio y un tiempo, una presencia y una ausencia, un decir algo propio y constatar que lo tomamos en préstamo…, pero ¡cuán raramente puede encontrarse, en tan cortas oraciones, la síntesis del sino humano!

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