Desde hace algún tiempo tenía el deseo de escribir un artículo con este título. El fútbol es un tema tan importante, que merece ser atendido por quienes ocupamos un espacio en los medios de comunicación, y no solamente en los dedicados a la actividad deportiva.
Y ahora, que se acerca la copa mundial, aparece el primer motivo que me movió a escribirlo. Hemos pasado varios meses pendientes de una decisión que nos hizo recordar esa vieja afirmación: en el fútbol, los partidos, las clasificaciones, los campeonatos se ganan en la cancha, no en la mesa, con exhibición de supuestas pruebas obtenidas quién sabe cómo. Afortunadamente ese malévolo intento por negar la verdad ha sido derrotado.
También la busca de la verdad está en la incorporación del VAR para corregir errores arbitrales. Este elemento tecnológico ha sido arduamente controvertido por quienes consideran que irrumpe en el desarrollo del juego, no solo con pausas que se prolongan y, más aún, con interferencias que pretenden determinar aquello que sucedió en la cancha y qué no fue advertido por el árbitro. Lo de las pausas es cierto y pueden llegar a ser molestas. Pero, a mi modo de ver, es más importante que se corrijan los errores, que pueden ocurrir por una imposibilidad física para determinarlos, pero también por otras lamentables debilidades. En tales casos es necesario rescatar la verdad.
Pero hay otra verdad en el fútbol. Una dolorosa verdad. La verdad del entrenador cesado porque se considera que no ha logrado lo que se esperaba de él. Hay tantos factores que explican un fracaso, pero al entrenador se le hace cargo de todo lo malo. Con mayor razón si se trata de un equipo popular que aspira al campeonato y cuya hinchada no tolera tropiezos. Pienso al escribir estas palabras en Jorge Célico, que le ha dado al país su mayor triunfo internacional y la generación que jugará el próximo mundial. Pero a él le ha tocado sufrir esa cruel verdad.