La mejor manera de entender la pequeña pero significativa relación de Carlos Fuentes con el Ecuador no se encuentra en sus libros autografiados a escritores de estas latitudes, o con buscar rastros de la época que residió en Quito como hijo de diplomático. Tampoco en sus relaciones, espurias por cierto, con otros intelectuales y políticos de los sesenta, en ese entonces residentes casi todos en el exterior. Afortunadamente, Fuentes aparece ligado al Ecuador en lo que más le habría gustado: en la ficción y en la erudición crítica de quienes lo han leído con lupa.
En 2010, Dinediciones publicó‘Las segundas criaturas’, novela del quiteño Diego Cornejo Menacho. Uno nunca sabe por qué ciertos libros son más leídos después de salir de la imprenta y cuáles perdurarán como referencia de una literatura nacional, más si esta es “menor” y fragmentada como la ecuatoriana. O si es, como sucede con el texto de Cornejo, por realizar una compleja reflexión sobre el estatus literario de varias regiones, épocas y estéticas. Lo cierto es que ‘Las segundas criaturas’ competiría con ventaja en cualquier premio, y no solo por problematizar abiertamente la ausencia de una figura ecuatoriana de peso en el mapa literario reciente. Lo hace imaginando la vida del escritor Marcelo Chiriboga, criatura creada por Fuentes y por José Donoso para compensar el vacío de un ecuatoriano en los sesenta que acompañara a los canonizados por el boom mercantil-literario de entonces. Además, crea paralelamente una insospechada cercanía entre un Fuentes real y al mismo tiempo imaginario, es decir estrictamente literario, añadiendo una geografía literaria constantemente relegada o pospuesta, como la ecuatoriana.
Con esa estrategia, Cornejo resucita a Fuentes y a Donoso desde una operación propia de la literatura (la narradora es un álter ego de Carmen Balcells), que le permite discutir las persistentes y actuales divergencias de difusión y penetración de las diversas literaturas latinoamericanas en espacios mercantiles y académicos. Imagina a un Chiriboga tan tangible como el galante Fuentes, y lo sitúa interactuando con él en las antípodas de las ciudades provincianas de donde salían los aspirantes a escritores: las soñadas urbes europeas, París a la cabeza, y la cercana México DF, escala obligada de la inteligencia latinoamericana de los sesenta.
Si alguna tierra retenía Fuentes en su prosa, es precisamente México. Ecuador, retenido e insular, desaparece en sus travesías cosmopolitas por los imaginarios más concurridos de la alta cultura de Occidente. Pero es ciertamente venturoso que ecuatorianos hayan pensado a Fuentes antes de su muerte con tanta imaginación, erudición y disciplina. Se debe reconocer que es en el campo de las mejores novelas, y ciertamente de la mejor crítica latinoamericana.