La venta de imagen

Para el público estadounidense, que poco conoce sobre América Latina y menos sabe sobre el Ecuador, resulta extraño que un Presidente latinoamericano, de un pequeño país, de medianos ingresos, gaste tanto dinero, invierta tanto tiempo de su actividad pública para vender su imagen personal.

Conferencias en las mejores universidades del nordeste de Estados Unidos, editoriales en periódicos, apariciones en programas televisivos de gran audiencia, sin que se incluya en la agenda reunión alguna con una autoridad importante del Gobierno del país que visitó, dejaron la imagen de un personaje que extrañamente no llegó en el rol de Presidente como corresponde, sino que vino a crearse el papel de una celebridad.

Las visitas de los jefes de Estado a cualquier país sirven para reunirse con similares o autoridades que ayuden a cumplir el objetivo de la visita, lo que implica reuniones políticas, comerciales y diplomáticas y, como complemento, apariciones académicas y mediáticas. El Ecuador tiene muchos temas que tratar con Estados Unidos, intereses como Estado y problemas de nuestros compatriotas que viven allá. Pero en este caso el itinerario fue diferente. El objetivo no fue político o diplomático, no se buscó mejorar las relaciones bilaterales con el país anfitrión, no se quiso lograr convenios interestatales para mejorar situaciones específicas o tratar los temas de la agenda migratoria, sino únicamente vender la imagen del visitante, engrandecerla, magnificarla como si lo oficial y lo personal fueran lo mismo, como si la persona del Presidente y el Estado ecuatoriano fueran la misma cosa.

Es así que quedó desvelada la brecha existente entre un hábil vendedor de sí mismo y las decisiones y estilo de su propio Gobierno. Habló de democracia, de justicia, de derechos humanos, de desarrollo, del poder financiero, cuando el país atraviesa por una situación de grave deterioro democrático, cuando el Poder Judicial se encuentra controlado por el Ejecutivo, cuando el desarrollo se equipara a gasto público y existe una clara regresión en la vigencia y garantía de los derechos humanos.

Por ello, quizá, la imagen de la celebridad en ciernes quedó colgada entre contradicciones y realidades inocultables. Quedó grabada la foto de un personaje que no tiene pudor en gastar lo que fuera en publicitarse académicamente. El problema es que trabajar exclusivamente en esto último no es suficiente para definir una política exterior coherente. Un Presidente dirige la política exterior del Estado, no es una celebridad sedienta de protagonismo o un activista de ONG en busca de apoyo para proyectos que suenen interesantes.

Como puntillazo final, ocho senadores, tanto demócratas como republicanos, tanto conservadores como progresistas, dejaron ver en una carta que las relaciones diplomáticas entre estos dos países no se resuelven con meros actos publicitarios. La venta salió mal.

El país perdió, el mismo personaje quedó en entredicho.

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