Nada ni nadie puede justificar el baño de sangre que se ha provocado en Venezuela. Nada ni nadie que tenga un mínimo de decencia y un resto minúsculo de moral puede defender los actos criminales que se cometen a diario en las calles de la atribulada patria de Bolívar. Ni siquiera la oclusión ideológica ni el pendejismo de los que siempre están dispuestos a separarlo todo entre izquierda y derecha, a condenar y exculpar a unos y otros según afinidades o contradicciones políticas, los eximirá de culpa en esta ocasión por su solidaridad con los asesinos, por sus aplausos, por sus silencios y complicidades.
La Venezuela sangrienta del presente se convertirá en el futuro en la Alemania avergonzada de la posguerra; en la fraccionada Unión Soviética que emergió tras la caída de todos los muros y las cortinas que ocultaron durante años las miserias de sus ciudadanos; en los ejércitos exterminadores de Bush, Blair y Aznar cuando regresaron a casa cargados de cadáveres pero sin haber encontrado armas de destrucción masiva; en la Argentina de Alfonsín y en la Chile de Aylwin que, luego de tanta oscuridad, vieron por fin el sol.
En la Venezuela sangrienta de hoy se ejecuta a los jóvenes que protestan en las calles con un tiro certero en la cabeza, tal como se eliminó en México a los 43 muchachos de Ayotzinapa en una tétrica madrugada de septiembre de 2014, o como se fusiló en Francia a los caricaturistas del semanario satírico Charlie Hebdo a inicios de este año, como se asesina civiles en la Franja de Gaza cada semana, como se masacró a centenares de estudiantes en la plaza de Tiananmén en 1989, o como se ‘suicidó’ al fiscal Alberto Niesman en Buenos Aires hace pocos días.
Para respaldar a los causantes de la Venezuela sangrienta del presente siempre habrá coidearios obtusos, encubridores de ocasión, oportunistas geopolíticos, mudos, despistados, cómplices y secuaces, entre otros personajes que hoy están y que mañana obviamente no estarán ni pretenderán saber de qué se les habla. Recordemos que en su momento también Hitler tuvo como aliado a Franco, Videla a Castro, Stalin a Roosevelt y a Churchill, Bush a Bin Laden, Gadafi a Chávez, Pinochet a Thatcher, entre otros.
Los culpables de estos delitos siempre son los ideológicamente opuestos, aunque casi nunca se ha demostrado que los inculpados hubieran rondado siquiera la escena del crimen. La historia recoge miles de acusaciones cruzadas entre el imperialismo, los comunistas, los judíos, los cristianos, los infieles, los fanáticos, los castos, los fascistas, los revolucionarios, los insurgentes, los uniformados, las mafias, los villanos o el contradictor de turno.
La Venezuela de hoy se encuentra herida.La confrontación social, la falta de libertad, la escasez y las persecuciones, entre otras de las muchas llagas que afectan a ese pueblo, han dejado lesiones profundas que, con el tiempo, quizá podrían sanar, pero la estela de sangre de los muertos jamás seráborrada.
ovela@elcomercio.org