Venezuela en la cuerda floja

Venezuela vive una sensación de vértigo y angustia desde hace un largo tiempo.

Desde las protestas populares que empezaron con más fuerza el año pasado la tensión sigue subiendo, acumulándose. Es una olla de presión a punto de estallar. Con dirigentes políticos y estudiantiles presos, como Leopoldo López, a quien el Régimen quiere verlo podrido en la cárcel, el caldo de cultivo del desencanto se agrava por el panorama económico y la corrupción evidente en las altas esferas.

Están por ventilarse las denuncias contra Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea, y sus vínculos turbios.

El periplo de Nicolás Maduro, pasando el sombrero por varios países no parece haber sido exitoso. Su nivel de agresividad creció, se fue contra las cadenas de supermercados y entiende que la escasez es fruto de la especulación. No comprende que la realidad es que no hay producción. Que durante varios años la revolución mal llamada bolivariana ha socavado las bases de la industria y la producción de alimentos. Ya se le acabó la lluvia de dólares de los precios altos del petróleo.Hoy son tiempos de vacas flacas. En Venezuela, flaquísimas, porque son pocas para mucha gente. Las colas, cuando llegan pollos o carne, son largas y llenas de personas nerviosas, se provocan riñas de los clientes.

Cuentan que es común ver en el supermercado a hombres y mujeres con toallas sanitarias, las compran igual, las requieran o no, porque saben que por un bueno tiempo no volverán a las perchas que lucen vacías.

La economía también está desquiciada por el mercado negro. El cambio oficial está en 6,30 bolívares por dólares. Sucedió en Venezuela como ocurrió en Bolivia, Perú y Argentina hace años. Le quitaron varios ceros cuando los millones solo servían para compran una bolsa de pan. En la frontera, entre Venezuela y Colombia le pagan 130 a 140 bolívares por dólar. En Caracas cuesta más. Un taxista que debía mandar su pensión jubilar a un tío en EE.UU. estaba asustado. ‘Dicen que llegará pronto a 300 bolívares por dólar’.

Un pequeño centro comercial en San Cristóbal (Táchira, Venezuela), a 38 kilómetros de la frontera con Colombia, tiene más relojerías de lujo que farmacias o tiendas de otra especialidad. No se entiende la razón.

Por la vía que une Cúcuta con San Cristóbal circulan varias centenas de motos. Pasarán de mil en un día. Los motociclistas llevan la gasolina comprada a precio de regalo por la necedad de los subsidios, la vuelcan en Cúcuta (Colombia, norte de Santander) en miles de canecas y bidones que están a la vera del camino esperando la mercadería. Las motos van y vienen. En una hora de camino se cuentan más de 100 motoristas.

En la Plaza de Toros la multitud que llenaba los tendidos cantaba a la muerte de cada toro: ¡Se va a caer, se va a caer! Las pancartas eran duras.

Vox populi: acabada la algarabía de los bailes y la feria se encenderían las protestas.

Suplementos digitales