Venezuela vive tiempos aciagos. Y, tal como están las cosas, cabe preguntarse cuándo será el último estertor, ese sonido ronco que suele presentarse en los moribundos… Lo triste es que en estos momentos, desde el poder, no se promueve una salida democrática, de diálogo y consenso, sino una salida represiva, a base de echar más leña al fuego. Como señalaba hace pocos días en El País de España, el expresidente Óscar Arias, premio Nobel de la Paz, “no es la división ni la venganza lo que llevará a Venezuela a un mejor futuro”.
Hace ya mucho tiempo que la Carta de Naciones Unidas y la Carta Democrática de la Organización de Estados Americanos quedaron olvidadas y arrinconadas… Me pregunto si Maduro y sus compañeros de viaje no se darán cuenta de que la violencia, los muertos, las detenciones arbitrarias, los presos políticos, la carestía de la vida, el desquicio económico y la inflación más elevada del mundo, no son más que un bumerán, más peligroso y definitivo que el pretendido golpe de Estado de la oposición. En mi pueblo se llama “cavar la propia tumba”. Además, la caída del petróleo parece ser el tiro de gracia de una economía quebrada por los cuatro costados.
Y me pregunto también qué legitimidad y qué sentido tiene mantener en el poder a un líder o a un Régimen que son causa de tanto sufrimiento para un país. La democracia se rige por otros postulados y por otras lealtades. No hay difunto ni revolución que merezca tantos sacrificios, cuando lo que está en juego es la dignidad de las personas, su futuro y el de sus hijos.
A nivel latinoamericano, llama la atención que quienes mejor conocen el desastre guarden silencio y se abracen a una romántica bandera revolucionaria cada vez más alejada de la realidad y más vacía de contenidos éticos y liberadores. El silencio cómplice deja al desnudo la falta de un auténtico compromiso democrático con las personas y con los pueblos.
La Doctrina Social de la Iglesia nos dice que el bien común es la razón de ser de la autoridad política y utiliza un verbo precioso, “armonizar”, que debería de iluminar este momento dramático que viven nuestros hermanos venezolanos. El bien común de la sociedad no es un fin autárquico, aislado y ajeno a la ética política comúnmente aceptada… El bien común solo tiene valor en relación a las personas y a su vocación universal de vivir en paz y en libertad. Ya siento decirlo, pero Maduro, en este momento, importa poco (él y cualquiera que se imponga por encima del bien común). Importan Venezuela y los venezolanos, los ciudadanos que sufren la arremetida de un poder que se cree absoluto y mesiánico y que prefiere, antes que el consenso democrático, morir matando.
En todo el mundo, las constituciones (y el sentido común) tienen previstos los mecanismos que permiten una salida democrática. Aplíquense.
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