Julian Hinz
Project Syndicate
Venezuela vuelve a estar en las noticias. A través de una perfidia sin precedentes, el presidente Nicolás Maduro se otorgó la victoria en las elecciones presidenciales. Dado que el abiertamente progobierno Consejo Nacional Electoral había eliminado a los tres principales partidos de oposición y descalificado a dos importantes líderes, gran parte de la oposición boicoteó el proceso electoral. Los otros dos candidatos que participaron se negaron a reconocer el resultado, en vista de las muchas violaciones. Lo mismo hicieron Estados Unidos, Canadá, la Unión Europea y la mayoría de los países latinoamericanos.
A pesar de los actos de intimidación oficiales –por ejemplo, se obligó a los votantes a identificarse en los stands del partido de gobierno bajo amenaza de ser removidos de los programas de asistencia social– la abstención alcanzó niveles récord. Sin bien nunca hubo dudas con respecto al resultado de las elecciones, el evento destruyó toda pretensión de legitimidad por parte de Maduro.
Entretanto, el catastrófico colapso económico de Venezuela continúa a un ritmo abismal. Durante el presente año, hasta abril los precios de los alimentos se habían multiplicado por 100, y solo en el último mes subieron más del 200%. El precio del dólar se ha multiplicado por más de 100 desde julio de 2017. De acuerdo al informe mensual de la OPEP, en el año que terminó en abril de 2018, la producción de petróleo disminuyó el 27% (lo que equivale a 520.000 barriles anuales). Su nivel actual es de 1,4 millones de bpd, dos millones de barriles diarios menos que en 1999, cuando asumió el poder Hugo Chávez, el antecesor y patrocinador de Maduro. El salario mínimo del trabajador medio, solo alcanza para adquirir menos de 900 calorías al día, lo que es insuficiente para alimentar a una persona, y menos a una familia. Cáritas Venezuela, la entidad católica de caridad, proyecta que este año 280.000 niños morirán de inanición.
Bajo estas condiciones, no es sorprendente que los venezolanos estén abandonando su país a un ritmo que no tiene precedentes en América. Hubo una época en que la gente salía en avión a destinos como Estados Unidos, España y Panamá, con la esperanza de encontrar un futuro mejor en el extranjero, pero hoy sale a pie, cruzando la frontera para entrar a Colombia o Brasil, o trata de llegar en barco a Aruba, Curaçao, y Trinidad y Tobago, impulsada nada más que por la desesperación.
Abundan las estimaciones sobre esta emigración. Colombia ha intentado poner algo de orden en el proceso, pidiéndoles que se registren a los venezolanos que han entrado legalmente al país. 203,000 lo hicieron el mes pasado, además de los 63.000 que se habían registrado el año anterior. Sin embargo, ¿cuántos no lo han hecho? El gobierno colombiano calcula que para fines de 2017 había alrededor de 550.000 venezolanos en su país.