Me gustaría escribir de otra cosa pero sospecho que a muchos de los lectores de esta sección les encanta hablar de política. Y como andan indignados por todo lo que diariamente se descubre, esperan hallar aquí críticas y análisis de lo que significó para el país un Gobierno tan arrogante y abusivo como el de Rafael Correa. Mi guía para estas afirmaciones es el registro de entradas a la versión digital donde, por ejemplo, un artículo del tipo ‘Aquí no comió Correa’ puede pasar de las 5 000 visitas, pero cuando escribo sobre temas culturales a duras penas alcanzo las 1 200 personas que ingresan, aunque no necesariamente leen la columna.
Me dirán que los navegantes digitales representan solo un segmento del total de lectores y no se debe generalizar. De acuerdo, pero el número de visitas es un buen indicador, tanto como el anticorreísmo que se respira en Facebook, o como esas personas con las que me topo en el ascensor o la tienda y me preguntan de sopetón qué opino sobre lo que está pasando. Para no entrar en detalles suelo responder que deberían meter presos a todas y todos los corruptos y obligarles a que devuelvan lo robado. Pero el otro día una muchacha universitaria le dio un giro al asunto: ‘Mi abuelo dice que se parecen a los velasquistas de su época’. Repliqué que los velasquistas eran niños de pecho al lado de los correistas. ‘¿Por qué no escribe sobre eso?’
Bien mandado, anoto que Carlos Julio Arosemena, vicepresidente del IV velasquismo, definió a sus correligionarios como ‘hombres enloquecidos por el dinero’, etiqueta que se puede aplicar hoy no solo a los muchos Vidrios y empresarios de los sectores estratégicos, sino también a los Yachay y otros embaucadores. Sin embargo, los pícaros del velasquismo no accedieron jamás a esos montos inverosímiles, ni gozaron de una década de impunidad gracias a un aparato jurídico y publicitario perfectamente aceitado que se prolonga hoy en la Asamblea y otras instituciones correistas dedicadas al encubrimiento.
Tampoco lograron los dirigentes velasquistas organizar un partido estable que desarrollara un proyecto de Estado; eran mas bien alianzas heterogéneas de oportunistas que variaban en cada Gobierno, aprovechaban la ocasión para enriquecerse y salían en desbandada cuando el caudillo se derrumbaba: si te he visto no me acuerdo… hasta la próxima campaña cuando formaban una nueva ‘empresa electoral’, así se las apodaba y no eran muy distintas de las que luego auspiciaría Odebrecht en varios países y con candidatos de ideologías diversas pues los brasileros sabían que a los revolucionarios también les fascina el billete y su discurso incendiario es un excelente medio para neutralizar a la izquierda real.
En mis tiempos de la Universidad Central que alguien te llamara ‘velasquista’ era una ofensa. Hoy, las malas artes y el cinismo del Gobierno anterior han logrado que el término ‘correista’ ocupe ese lugar.
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