En México y Cuba muchas personas quedaron defraudadas porque el Papa no quiso reunirse con las víctimas de ciertos crueles atropellos. ¿Por qué esquivó estos encuentros con quienes sufren?
La razón principal me la explicó un amigo experto en asuntos religiosos: “Porque el papa es el CEO (el supergerente) de la más antigua multinacional italiana que existe en el planeta, y necesita balancear cuidadosamente sus compromisos, sus objetivos y los principios que animan a la empresa que él dirige”.
O sea, Vaticano Inc., con perdón. Desde esa perspectiva, la Iglesia Católica es una enorme empresa de servicios espirituales y asistencia social. Los servicios espirituales consisten en sostener y propagar una forma de convivencia derivada de las prédicas atribuidas a Jesús de Nazaret, basada en el amor y el perdón que permiten alcanzar una placentera vida eterna tras la inevitable muerte física.
Esta empresa cuenta con una impresionante masa de empleados que, en teoría, guían o sirven a mil cien millones de clientes (fieles) de los que obtienen su sustento. Como cualquier empresa, el objetivo de Vaticano Inc. es ganar y mantener nuevos adeptos (salvar almas) en competencia con otras compañías que ofrecen servicios parecidos.
Para desarrollar su misión y mantener la gigantesca estructura que le da soporte, el CEO (el papa) necesita balancear constantemente los principios, objetivos de corto plazo y las obligaciones que impone la realidad.
Pero ¿qué hace cuando otras fuerzas (gobiernos totalitarios) arriesgan la supervivencia de la estructura que le permite difundir la fe religiosa que ellos profesan y les proporciona los medios para continuar predicando?
Por solo citar tres ejemplos, ese fue el dilema de Pío XI cuando pactó con Mussolini y sus fascistas crear el Estado Vaticano. Ese fue el conflicto de Pío XII con Hitler y los nazis, con quienes contemporizó o enfrentó tibiamente, temeroso de que los aniquilara. Eso, en alguna medida, explica las magníficas relaciones entre Roma y el franquismo español mientras la dictadura se proclamaba nacional-católica.
A fines del siglo IV, el emperador romano Teodosio I estableció que esta vertiente cristiana era la religión oficial y única del imperio, y quien no la acatara sería declarado “loco y malvado”. Desde ese momento, la Iglesia Católica fue segregando una estructura muy romana, acorde con su objetivo de servir al Estado, con los inconvenientes y compromisos que con- lleva. Han pasado casi dos mil años y no ha podido sacudirse ese primer abrazo. Todavía hoy, el 17% de los cardenales son italianos.
Tal vez es imposible mantener una empresa tan vieja de esas dimensiones, sin hacer incómodas concesiones que le permitan sobrevivir. Lo de “París bien vale una misa” también se puede leer por la otra punta. Para dar misa a veces hay que ceder ante París. Es triste.