Entre las deudas que todavía no he pagado está una que en las últimas semanas ha empezado a urgirme en forma perentoria: la contraje hace algunos años, cuando cerré la última página de «El viajero de Praga» (1996). Yo había escrito mucho antes un artículo acerca de «Angelote, amor mío», diciéndome a mí mismo que estaba en presencia de un gran narrador, pero aun entonces no había vislumbrado el nivel que alcanzaría Javier en su incesante oficio de fabular historias que condensan, bajo formas simbólicas que no es fácil descifrar, una situación existencial: la suya, tan retraída y dueña de sí misma, y sin embargo abierta al acontecer circundante y a los sentidos que se esconden en él bajo la máscara de episodios repetitivos y fugaces.
Me dije entonces que tenía que escribir un ensayo sobre la narrativa de Vásconez, pero diversas tareas fueron haciéndome aplazar ese deseo… No advertí entonces que cada motivo que encontramos para retrasar ciertas tareas no es más que un pretexto que nos ponemos a nosotros mismos para no acometer algo que en realidad nos produce miedo porque nos llevan a enfrentarnos con nuestra propia vida. 14 años después leí el ensayo de Juan Villoro que consta en la edición del «Viajero» que hizo Penguin/Random House (2010), y tuve la impresión de que ya no me quedaba nada que agregar pues en aquel texto estaba dicho todo, y hasta pensé que esa circunstancia me liberaba del compromiso que había contraído conmigo mismo.
Pero no. En forma reiterada han regresado a mi memoria los paisajes urbanos desolados barridos por la lluvia, los silencios y olvidos, las incisivas palabras de algunos personajes, el aspecto ruinoso que exhibe la memoria, y he terminado por admitir que en aquellos textos habrá siempre algo nuevo que encontrar, algo que parecería estar dirigido a cada uno de sus lectores en forma individual e intransferible, como si fuesen mensajes secretos, puestos en clave, para que cada uno pueda responder a su provocación. Y fue esa idea la que me ha llevado a reiterar mi decisión de escribir un ensayo sobre la narrativa de Vásconez, y hacerlo a pesar de ser consciente de mi completa incompetencia para la crítica literaria. No lo haré, por consiguiente, como lo haría un crítico (no lo soy), sino como el lector que es tocado por un texto inagotable y descubre a través de su tersura ese género de verdades humanas que no será posible encontrar por ninguna otra vía, y menos que por ninguna, por la vía racional.
Y como si el Fondo de Cultura Económica lo supiera, la publicación de Novelas a la sombra», que acaba de anunciar, me llega como un requerimiento. Precedidas por un prólogo que se debe a Christopher Domínguez Michael, allí están «Jardín Capelo», «El secreto», «El retorno de las moscas» y «La otra muerte del doctor»: tres novelas y un relato que se ubican con ventaja, junto a las demás producciones de Vásconez, en el mapa de la narrativa latinoamericana contemporánea.
ftinajero@elcomercio.org