A no pocos “intelectuales” les habrá contrariado el Nobel de literatura a Mario Vargas Llosa. Algunos estarán aún sumergidos en desconcierto, porque habituado como está la mayoría del gremio a hacer de las letras un folletín de propaganda en favor de utopías sanguinarias, la noticia no encaja en su vocación de servidumbre al poder, y Vargas es el más notable pensador liberal latinoamericano, crítico implacable de ese poder. El peruano fue el líder de la ruptura de los escritores de mayor prestigio del mundo con la dictadura cubana, en el ya lejano 1971, cuando el escándalo de la prisión del poeta Heberto Padilla, y su “confesión” obtenida en los calabozos de la dictadura, por los métodos más turbios del estalinismo tropical.
La obra de Vargas esperaba el reconocimiento del premio Nobel. Desde “La Ciudad y los perros”, hasta “La Fiesta del Chivo”, desde “La Casa Verde” hasta “Lituma en los Andes” o “La Conversación el la Catedral”, su obra es una meditación sobre el poder, un genial sarcasmo contra la soberbia, una exploración de la compleja sociedad latinoamericana, de sus secretos, angustias e hipocresías. En el ensayo y en la crónica, lo de Vargas Llosa es un infatigable alegato en favor de la libertad, y un duro y certero juicio sobre dictaduras y despotismos, que desde hace años cae como balde agua fría en un ambiente en que lo usual es la abdicación de las ideas en beneficio de caudillos y santones. Por eso, Vargas Llosa incomoda a muchos, pero, la tarea del escritor quizá sea esa: incomodar, romper los mitos, hacer cuestión de todo y poner de manifiesto la verdad. O la belleza, o la miseria, en todo caso, la dimensión concreta de la humanidad.
Zavalita, el personaje de “Conversación en la Catedral”, oscilando entre el cinismo y la frustración, se preguntaba “¿a qué horas se jodió el Perú?” Desde entonces, cuarenta años ya, el tema sigue pendiente, solo que ahora la pregunta es de todos y más acuciante y actual. Y la respuesta es, seguramente, la misma que se daba por entonces Zavalita “todos jodidos, no hay solución.” Cuando Vargas Llosa escribió ese diálogo, que puede discurrir, entre cervezas y cigarrillos, en cualquier picantería de Lima o de Quito, tocó las fibras de los países mestizos y, en esa frase sumaria y genial, encapsuló las historias, las visiones y las certezas de todos los Zavalitas que son los hombres comunes, los desempleados, los soñadores, los curiosos de la vida, los que, desde siempre, ven al poder como adversario.
Vargas Llosa hizo de la literatura un bastión de libertades, una herramienta, un arma contra los sables y las utopías. Las letras, en el más clásico sentido de la palabra, son su pasión. Su rigor, su constancia, la lealtad a una idea, su compromiso contra poderes y dictaduras son el mejor testimonio de un peruano universal.