En medio del ambiente vacacional, del pedido presidencial de amnistía para el ex vicepresidente Dahik y del debate en torno a la propuesta del Cabildo quiteño de crear nuevas tasas para pagar la obra vial, casi pasó inadvertido el anuncio gubernamental de la concesión de un nuevo crédito chino de USD 1 000 millones.
Este préstamo, según las precisiones que hizo la Viceministra de Finanzas, es adicional a los USD 1 700 millones que dio el EximBank de China para la construcción del proyecto hidroeléctrico Coca-Codo Sinclair. Esta última es deuda externa pura y dura que se deberá honrar con “garantía soberana” y cuyos desembolsos empezarán luego de que el Ecuador ponga su parte: USD 300 millones.
Hay que precisar también que es adicional a los USD 1 000 millones de China que recibió hace unos meses el Gobierno por venta anticipada de petróleo. Si las cuentas no fallan -no vaya a argumentarse que las sumas son ideológicas y es importante saber si se aprendió matemáticas en la época neoliberal o en una Escuela del Milenio-, se trata de compromisos por USD 3 700 millones adquiridos en un solo año y con un solo país.
Si algo tienen en común estos créditos es su alto costo (cerca del 7% anual de intereses), sus plazos cortos y su falta de transparencia sobre las condiciones y garantías. Una Ministra responsable del sector económico incluso ya ha inventado un discurso para esta sinodependencia crediticia: las relaciones internacionales de la revolución ciudadana buscan desarrollarse a partir de vínculos políticos, comerciales y financieros. ¿No era así mismo antes?
Todo ese discurso suena a chino, pues más fácil sería decir que el Ecuador, después de sostener un discurso populista sobre la deuda externa, se ha asociado con un país que, como cualquier otro, defiende sus intereses. De nada sirven las amenazas si al final se termina contratando con una contraparte que ha aprendido a no impresionarse con las pataletas y sabe que este Gobierno necesita dinero e infraestructura tanto como ellos necesitan materia prima y puestos de trabajo. ¿Ni dong ma?
Un asesor de la aludida Ministra encuentra que las condiciones del financiamiento chino al menos no son más oscuras que las que rodeaban las contrataciones con el FMI, y que no tiene nada de malo que los chinos busquen garantías basados en sus intereses mineros y petroleros. ¡Tanto discurso para llegar a lo de siempre!
El asunto de fondo es que este Gobierno se ha dejado poner la vara alta por los chinos, lo cual, por supuesto, también despierta el interés de otros países que, como Brasil, tras un compás de espera ven promisorio el terreno para colocar sus créditos en condiciones duras y generar trabajo para sus empresas. El Gobierno habla de una necesidad de USD 7 000 millones para obras de infraestructura.
La misma canción pero con otro intérprete’ y más cara.