Apenas puede haber una responsabilidad tan grande e importante como la de ser escogido por el pueblo para dirigirle y servirle. No se trata de un trabajo o de un empleo, ni siquiera de un contrato social. Es una misión fundada en la confianza y la buena fe, cuyo cumplimiento exige cualidades intelectuales y éticas que van más allá de lo que puede señalar una ley.
Todos los ecuatorianos tenemos los mismos derechos y podemos aspirar legítimamente a presidir la república. Pero el sentido común exige en los candidatos madurez de juicio, conducta ejemplar, experiencia y conocimientos. La Constitución presume que la madurez necesaria puede haberse alcanzado al cumplir los 35 años.
La conducta ejemplar debe ser demostrada a lo largo de toda la vida, en lo público y en lo privado, en la observancia inalterable de principios, en el respeto a la ley y a la moral. El candidato debe ser preparado, conocer el país en toda su optimista y trágica realidad, estar consciente de sus problemas y sus aspiraciones, debe saber distinguir la realidad de la ficción, tener experiencia en la gestión de los intereses colectivos y poner a consideración del pueblo un programa de gobierno concreto, que defina las metas del bien común que pretenda alcanzar, priorizando con claridad sus componentes y los caminos y métodos conducentes a tal fin. Su liderazgo no puede fundarse en demagógicas actitudes, Debe tener la capacidad de sacrificar sus intereses personales en el altar del servicio a la nación.
Es obvio que no todos están dotados de estas excepcionales cualidades.
Por otro lado, es evidente la importancia de la función publica cuya razón de ser no es otra que procurar el bienestar y adelanto material y moral del pueblo. Las instituciones de la democracia deben ser símbolos de dignidad, suscitar espontáneo respeto y adhesión.
Lamentablemente, en el Ecuador contemporáneo, el panorama político se pinta muy distinto. La función pública ha perdido su autoridad moral, su prestigio y el respeto general, degradada por la conducta populista y utilitaria de algunos de los que la han ejercido, que están ahora en la cárcel, prófugos o inmersos en escándalos y delitos que actualmente se investigan.
Consecuencia de todo ello es la proliferación de candidatos a la presidencia de la República, muchos de los cuales solo aspiran a tener en sus manos el poder para usarlo en beneficio propio o de su partido, para escapar de las manos de la justicia o para vengarse de sus enemigos, en total olvido del pueblo al que aluden para disfrazar sus pérfidas ambiciones.
Así vistas las realidades políticas, a nadie debe sorprender que en nuestro corrompido Ecuador, hasta el momento, se hayan presentado ya más de 20 candidaturas a la presidencia de la República. ¡Que abundancia de vanidad y ambiciones y que pobreza de material humano!