Vanguardistas y retrógrados

Esta semana se celebró el día de los derechos humanos. La novelería de fijarle un día de onomástico a todas las cosas al menos sirve para recordar, como en este caso, que en materia de derechos, en pleno siglo XXI, los humanos estamos todavía en el principio de los tiempos. Y aunque hay sociedades vanguardistas que enfilan claramente hacia la consolidación de sistemas de cumplimiento irrestricto a la Declaración Universal de Derechos, también hay otras retrógradas, que se mantienen anquilosadas en el primitivismo dogmático de orígenes divinos, normalmente misóginos, racistas y excluyentes.

En sociedades como Holanda, Canadá, Bélgica, Argentina, Uruguay, Nueva Zelanda, entre otras, se aprobó y entró en vigencia el matrimonio homosexual, consagrando de forma plena el primer derecho fundamental de las personas: la igualdad. Sin embargo, en 78 países del mundo aún está prohibida la homosexualidad incluso con penas privativas de la libertad. En esta lista se encuentran por ejemplo: Angola, Uganda, Somalia, Marruecos, Malasia, Zambia, Jamaica, Tanzania o Túnez, y, recientemente, la India, que acaba de restablecer la criminalización de la homosexualidad. Y aunque resulte increíble, hay otros países que mantienen aún la pena de muerte contra los actos homosexuales: Sudán, Irán, Mauritania, Arabia Saudí y Yemen. Las presiones de grupos religiosos han conseguido que en estas sociedades retrógradas se condene el homosexualismo por tratarse de un acto "antinatural, "incivilizado e inmoral". Estos mismos grupos, apelando a sus creencias de origen divino, mantienen sometidas a las mujeres a regímenes de verdadera esclavitud, con sanciones severas (incluida la muerte) por descubrirse el rostro o alguna parte del cuerpo en público, por trabajar fuera del hogar o por infidelidad, entre otras.

Sobre el derecho a la vida también hay tela para cortar. Países como China, Estados Unidos (algunos estados), Corea del Norte, Irán, Iraq, Yemen, India, Japón o Pakistán, mantienen en vigencia y en plena aplicación la pena de muerte, reminiscencia oscura del antiguo testamento bíblico en algunos casos, del Corán en otros, o del Código de Hammurabi (1760 a.C.) en varios de ellos. Estas normas (siempre de origen divino), consagran todavía en esta época la famosa Ley del Talión (ojo por ojo y diente por diente).

Tampoco podemos hablar de libertad en un mundo delirante en el que se espía y se controla a las personas hasta en sus actos más íntimos. Desafortunadamente no sólo sucede en los regímenes totalitarios, afectos a estas prácticas desde siempre, sino también en los supuestos abanderados del género humano libre.

De modo que, en cuestión de derechos, la humanidad tiene poco que celebrar. La vida, la igualdad y la libertad son apenas ilusiones de un grupo de vanguardistas que nadan contra las corrientes.

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