Al contrario de lo que predican los apóstoles de las tiranías y despotismos. No hay otro sistema que el democrático liberal representativo. Sin embargo, no lo concebimos de manera unívoca. Resulta inevitable que nos resbalemos al amplio escampado de la ambigüedad. A pesar de la ayuda que dieron Montesquieu, Locke, Los autores de El Federalista: Hamilton, Madison y Jay, los padres de la Constitución norteamericana, los pensadores de la revolución francesa, o un estudioso como Tocqueville.
Edmund Burke en su momento, intelectuales como Bentham, Kelsen, Sartori, Bobbio, Manin, Pitkin Dhal, Viroli y otros más, han aportado ideas. No obstante, el significado de la representación política será un concepto irreductible por su complejidad y las diversas maneras de entender. Una, estar presente por el ausente; y, en nombre de éste, incidir en la formación de la voluntad política.
¿Quiénes determinan la representación? Los ausentes. ¿Y dónde los prefiere?, de los listados de los partidos y movimientos, ¿y quiénes colocan sus nombres?, los dueños de los membretes o franquicias. ¿Qué consideran? Que logren votos de los ausentes y garanticen fidelidad a quien lo seleccionó. Así. Ni más ni menos.
No existe un auténtico e ideal modelo electivo de representación. Lo mínimo que se puede pedir es un poco de claridad sobre el sentido de representar, algunos elementales principios, la receptividad hacia los electores, la rendición de cuentas (accountibility), un poquito de responsabilidad con los ciudadanos y no terminar siendo peones de un caudillo o de algún caporal de la economía criminal.
Pero la cruel y descarnada realidad está lejos del Ideal teórico. La representación está falseada, retorcida y empobrecida su calidad; y, lo que es peor, mezclada de corrupción y en las redes del narcotráfico. Hay contadas excepciones. El servicio al bien común ha desaparecido. La claridad en la inteligencia expositiva se ha extinguido. Destaca la rusticidad y el analfabetismo.
A esta quebradiza democracia, la han empujado, sin darse cuenta, hacia los tiempos de la representación corporativa medieval: los planes de trabajo, el «mandato», y la revocatoria del mismo. Por la retórica y la novelería se han inventado tonterías. Por ejemplo, una eventual revocatoria del alcalde de Quito, ¿quién decide?, ¿el 25% de los correistas que le dieron el voto?, ¿tiene sentido que lo destituyan quienes no votaron por él, sin emitir mandato alguno? Al final, termina siendo una farsa y un arma de los adversarios.