¿Vacuna contra el independentismo?

Después de celebrado el referendo independentista en Escocia, parece que todo el mundo, yo incluido, sentimos la necesidad de dar nuestras propias interpretaciones de su significado y especular sobre el futuro de movimientos similares.

En casi todos los diarios de España el resultado del referendo en Escocia ha sido interpretado como un acto de vacunación que debería evitar la proliferación de referendos en Cataluña o el País Vasco. Lo objetable, desde mi punto de vista, son algunas de las conclusiones a las que se han llegado.

En el diario El País, el editorial de la casa afirma que la diferencia de 10 puntos entre unionistas e independentistas “desarbola la presunta fragmentación de la sociedad escocesa en dos mitades simétricas”. ¿Es cierto esto? ¿Fue un triunfo contundente? Diez puntos de diferencia es muy buen margen de ganancia, pero si consideramos que el 45 por ciento de los escoceses votaron a favor de la independencia, ¿no estamos hablando de una fragmentación de la sociedad escocesa en dos partes casi iguales? ¿Se resuelven así las diferencias? Sí en el terreno formal, no en el sentimiento nacional.

En la cafetería de mi hotel en San Sebastián un hombre al que le pregunté su opinión sobre el referendo en Escocia me contestó que estaba en contra del nacionalismo y la religión, dos creencias que a su juicio eran dos de los mayores males de la humanidad.

Al oír su respuesta recordé mi reciente visita al extraordinario Centro de Documentación de Núremberg, donde los alemanes han construido un museo en el que encaran de forma sistemática y sin disfraces los horrores a los que condujo el nacionalismo exacerbado de los nazis. Ahí se muestra lo peligroso que es el nacionalismo cuando tiene ánimos de conquista, una ideología de odio y muchas divisiones Panzer. Pero la comparación no cabe porque ni en Escocia ni en Cataluña hay ejércitos de conquista ni menos de odio. Este tipo de nacionalismos no crean campos de concentración.

Pensar el independentismo como error político del momento es una barbaridad. Negarse a oír la voluntad popular sí es un error político grave, pero las diferencias entre escoceses e ingleses o entre catalanes y españoles son históricas y tan reales como las similitudes.

Exagerar el daño de la separación resaltando solo sus posibles y dramáticas consecuencias me parece desmedido. Casi nostálgicamente imperialista. ¿Cómo sobreviven países pequeños como Holanda, Dinamarca o diminutos como Mónaco, San Marino o Liechtenstein? Cataluña y Escocia son regiones, ¿países?, reconocidas por lo industrioso de sus habitantes y que serían perfectamente capaces de sobrevivir separadas de España y Gran Bretaña si es que la mayoría así lo quiere y la minoría lo acepta democráticamente. Y que conste que no tomo partido; sólo observo la realidad.

El Tiempo, Colombia, GDA

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