Desde la época de los viejos relatos bíblicos, una y otra veces se ha tornado costumbre identificar los períodos de prosperidad y los de estrechez con el símil de las vacas gordas y las vacas flacas. Así, el propio caso del Ecuador es bien ilustrativo, ya que desde el comienzo del régimen del economista Correa y aún desde un poquito antes, habría que caracterizarlo como el lapso de las vacas gordas, por lo que toca al estrato del Gobierno, ya que muchos otros segmentos de la población enfrentan circunstancias muy difíciles, lo mismo en cuanto a las condiciones sociales, que a las de índole estrictamente económica.
El secreto de la ‘abundancia’ gubernamental, no contiene en verdad secreto alguno. Todo se explica por la maravillosa coyuntura de los precios internacionales del petróleo ‘crudo’, convertido en el producto decisivo para los subsidios internos y para los caudalosos ingresos de las codiciadas divisas del comercio internacional.
Si hace 40 años cuando salieron del puerto de Balao, sobre la costa de Esmeraldas, las primeras remesas de hidrocarburos, el precio referencial de cada barril se calculó en USD 2,50 mientras que la semana anterior estaba llegando a casi USD 110 el mismo barrilito de ‘crudo’, cualquier enigma o acertijo se desvanece acerca de la holgura oficial de esta fase. Bien entendido -claro está- que 40 años son breves en la vida de los pueblos y que por lamentable incuria, la dependencia hacia el petróleo no ha disminuido, tal vez, se haya hecho más asfixiante.
Y obviamente, los mismos factores – solo que multiplicados por la mucho mayor producción de ‘crudo’– se dan en la Venezuela, de Chávez, en el Irán de su propio caudillo y en muchos países árabes, ahítos de hidrocarburos, de conflictos internos y de inclinación por estrambóticas aventuras de despilfarro colectivo.
Todo el panorama actual solo se ensombrece por la presencia de una incómoda nube en el horizonte. Se trata de adivinar cuánto tiempo durará el período de las vacas gordas. A ciencia cierta nadie lo sabe, pero la prudencia, sello característico de los buenos mandatarios -se dice con especial sabiduría que ‘mientras el político piensa en la elección siguiente, el estadista se preocupa por la generación siguiente’ – obliga a planes de amplitud integral y proceder conforme a ellos.
Y también a escarmentar en cabeza ajena, puesto que de súbito las vacas gordas han concluido en algunos países. No son petroleros, pero ahora viven tragedias profundas, naciones que se acostumbraron a gastar más de lo que disponían razonablemente. Ejemplos: Grecia y España, obligadas a recortes crudelísimos, a despidos de miles de trabajadores, a jubilados que pasan de la pobreza a la miseria y a la pérdida efectiva de la soberanía tan cacareada, puesto que no tienen más remedio que aceptar normas que otros regímenes imponen.