Circula en Internet un estudio realizado por la New Economics Foundation (NEF) para medir la felicidad de las personas en el mundo. El país más feliz es, según la NEF, Costa Rica. Un poco más atrás están Venezuela (puesto 9), Bangladesh (puesto 11) y Albania (puesto 18). Aparentemente en Ecuador somos bastante felices, ya que ocupamos el puesto 23 de un total de 151 países.
No hay un solo país del primer mundo entre los veinte más felices. ¿Hace sentido que los habitantes de EE.UU. o Alemania sean menos felices que sus congéneres en Venezuela, que tiene la tasa de asesinatos más alta de la región; y de Bangladesh, donde las inundaciones matan cientos de personas cada vez que llueve mucho? Pues, paradójicamente, sí hace sentido. En sociedades industrializadas, con altos niveles de ingreso -el PIB per cápita de un alemán es de 40 000 dólares y el de un norteamericano de 50 000 dólares- las necesidades básicas de las personas han dejado de ser una preocupación terrible (por más crisis económica que haya de por medio).
Cuando las personas comen tres veces al día, duermen en habitaciones relativamente cómodas y seguras, y pueden vestirse apropiadamente comienzan a hacerse preguntas más difíciles sobre su circunstancia.
Es lo que Sartre llamó ‘angustia existencial’, una que contraemos porque la sociedad en que vivimos nos ha permitido satisfacer de antemano nuestras necesidades básicas, otorgándonos, por tanto, más libertad para pensar, hacer tareas creativas y cuestionar nuestro entorno.
En sociedades menos ricas, donde la satisfacción de necesidades básicas es todavía un desafío, las personas valoran mucho más el hecho de tener vivienda, vestido y alimentación. Poder comer, vestirse o tener una casa hace, por tanto, más felices a aquellas personas; mucho más que a otros mortales que ya tienen aquellas necesidades cubiertas hace tiempo porque tuvieron la suerte de vivir en sociedades más adineradas.
Por tanto, el Índice de Felicidad de la NEF no debe ser visto como una guía sobre el diseño de políticas públicas ni, peor aún, sobre lo que podría ser un modelo de desarrollo para el mundo. A lo mucho, el índice de la NEF puede ser visto como un indicador de satisfacción de las prioridades humanas.
Es que la felicidad es un bicho escurridizo y difícil de delimitar. Seguramente la NEF esté utilizando una definición cercana a la que hizo John Stuart Mill quien aseguraba que la felicidad consistía básicamente en la satisfacción de los placeres personales. Esta perspectiva pudiera ser útil para poner a prueba determinadas hipótesis sobre la construcción del bienestar material, pero resulta insuficiente para entender cómo alcanzar sociedades más justas y más humanas.