Esta extraña combinación de letras es el nombre del nuevo tratado de libre comercio concluido entre Estados Unidos, México y Canadá. Bueno… no tan libre.
El tratado fue el resultado de la ya tradicional estrategia estadounidense de tener una canasta de secuestro para garantizar que los elementos que realmente le interesan sean aprobados sin protesta.
Solamente que esta vez, la canasta de secuestro era nada menos que toda la capacidad instalada de producción automotor en América del Norte, los aranceles de exportaciones clave de Canadá y México como acero, aluminio, aparte de la tranquilidad económica general de estos dos socios. Porque ése es el problema ahora, casi toda la capacidad instalada agrícola, industrial de servicios en Norteamérica está asentada en un mercado común con mínimas restricciones.
Pero al final de este difícil y tenso camino, resultó que la montaña o, mejor dicho el todopoderoso Trump, parió un ratoncito. Como los expertos habían predicho, lo que realmente quería el líder naranja era decir que “ganó como nunca antes en la historia y terminó con NAFTA (TLCAN)” para usarlo como tema en las elecciones de noviembre. De ahí el cambio de nombrecito. No cabe duda que es excelente marketero, aunque mal negociador.
Veamos: lo que su equipo realmente cuidó es sacar beneficios claros para los estados que pueden volcarse por el partido demócrata si quedaban descontentos. De ahí la insistencia por apretar el sector automotriz para garantizar que más contenido sea producido en EE.UU. (el 40%) y/o por trabajadores que ganen más de 16 dólares la hora, además de introducir cuotas máximas de venta. Pero Canadá ya paga eso o más a sus trabajadores automotores y México ahora podrá llevarse un pedazo más grande de la producción de alta tecnología, porque eso ya ganan sus ingenieros en planta. Será una ganancia en el mediano plazo. Y, finalmente, las cuotas son mucho más altas de lo que pueden realmente exportar México o Canadá.
Al final del día, México y Canadá pudieron salvar mucho más que los muebles. No hubo grandes sorpresas o concesiones en temas agrícolas clave para los dos países, apenas algunos puntos extra de cuota que -dependiendo de la demanda- no representarán mayor problema.
Y, México metió un súper gol al salvar todo su sector energético de presiones privatizadoras o de demandas arbitrales por cancelaciones de contratos a multinacionales. De lo que se sabe, fue el mismo delegado de Manuel López Obrador, Jesús Seade, el que logró esto.
Todo esto no fue más que un ejercicio para alimentar el ego de Trump. Victoria pírrica que se pueden deshacer apenas cambien los vientos electorales en EE.UU. Lo que es importante es que la presión y la humillación estadounidense llevó a Canadá y México a iniciar una alianza de 13 países para redefinir los términos de las negociaciones comerciales en el largo plazo a nivel global, donde EE.UU. no está invitado. Que no les tiemble la mano.